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viernes, enero 28

Iberoamérica y la expansión de las tribus urbanas

Las sociedades iberoamericanas se fraccionan. Ahora no solo se trata de las tradicionales divisiones clasistas o por motivos étnicos. El fenómeno tiene como protagonistas fundamentales a las juventudes de Iberoamérica.

Los espacios donde, tradicionalmente, se interrelacionan los hombres, carecen ya de interés entre ciertos sectores juveniles. Se comportan tan inconformes con las relaciones cotidianas de cualquier tipo que su actitud es rechazada por muchos.

Con posiciones violentas o intercambios donde la paz conserva sus límites - a pesar de que algunos conflictos llegan hasta cerca de sus límites -, lo cierto es que no existe urbe iberoamericana, tenga la condición de capital o con títulos de menor envergadura, que haya logrado liberarse de este interesante y contradictorio fenómeno.

Hoy es posible encontrar las tribus urbanas – término conceptualizado por los estudios antropológicos – lo mismo en ciudad Méjico, Buenos Aires, Sao Paulo, La Habana, Asunción, Bogotá que en Caracas – por solo mencionar algunos ambientes citadinos -; hasta poblaciones de menor categoría y se suman incorporaciones desde el campesinado. Todas ellas han confirmado su expansión.

Presas de la marginación, autoimpuesta o generada desde ambientes hostiles a su inclusión, muchos jóvenes prefieren distinguirse con una variada gama de nombres. Freakies, skin-heads o cabeza rapadas con tendencias neofascistas, escatos, breakdanceros, emos, hiphoperos, pokemones, góticos, raperos, hippies, rastafaris o canis figuran entre los epítetos que prefieren. Irónicamente, los agrupados en tribus urbanas de ciertos ámbitos iberoamericanos designan como “cheos” a quienes pretendemos ser “normales”.

Escasos comportamientos escapan a la furia juvenil. Los caracteriza la insatisfacción contra todo tipo de orden, en conjunto, o en alguno de sus aspectos. Surgen, muchas veces, por motivos raciales, religiosos, inclinaciones sexuales, gustos danzarios y musicales, intransigentes tradiciones culturales y quien sabe cuantos motivos más.



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Para los estudiosos, su conceptualización como tribus urbanas carece de intenciones peyorativas. Existen quienes destacan la fortaleza de las relaciones internas de esos grupos, rasgo distintivo que se asemeja a la solidez de aquellos que aglutinaban a las tribus de la antigüedad. Gracias a ellas sobrevivían y eran reconocidas. Tribu, ante todo, es un vocablo escogido como símbolo de solidez identitaria.

Polémicas similares genera la definición de subcultura. Para unos, la palabra los designa como algo por debajo de la cultura; en la opinión de otros, contribuyen solo componentes de esa cultura, donde interaccionan, armoniosamente o no, cada una de sus partes.

Sin embargo, por encima de las definiciones, las tribus urbanas constituyen un motivo para la reflexión respecto al trato a tributarle. Poco importa que sus orígenes se encuentren en Norteamérica o entre la niebla londinense, por solo mencionar dos de sus focos de surgimiento.

Las posiciones agresivas de ciertos grupos ha sido motivo para conflictos en más de un escenario. Aunque tildados de “inadaptados”, en otros lugares muestran mayor capacidad para la inclusión.

En Iberoamérica u otro lugar del planeta, la paciencia, tolerancia y comprensión, la educación y atención a las disfunciones sociales están entre los recursos propuestos por los estudiosos más consecuentes. Hay una juventud en ese trance.

jueves, enero 27

Para ser algo más que un cero


Ninguna cultura admite el cuestionamiento de los rasgos que la caracterizan. De ahí que América Latina sorprendió al mundo en el siglo XX, cuando negó la universalidad de la cultura europea y proclamó dicho carácter para la cultura americana. La filosofía de la liberación había hecho acto de presencia.

Hasta ese momento, en pocos lugares se había realizado tal inversión en las visiones del hombre. Era común hasta entonces, aceptar las raíces europeas en virtud de su presencia como componente en todas y cada una de las sociedades que habitan el planeta. Realmente, la fuerza colonizadora europea había dispersado por el mundo no pocos de sus rasgos. Gran parte de ellos cobraron legitimidad en los escenarios colonizados mediante la imposición, con pleno desdoro de los elementos castizos de tales ámbitos.

La filosofía de la liberación, como movimiento intelectual surgido en Argentina y pronto extendido al resto de Latinoamérica, resultó un ente redefinidor de la historia y el pensamiento latinoamericano.

Sus propuestas albergaron profundos cambios en los juicios de valor y en las concepciones generales. A no dudar, el centro de su preocupación radicaba en pensar la categoría filosófica en que se puede expresar la liberación latinoamericana.

Para nadie resulta extraño que corrientes de pensamiento emanadas de Europa, luego resultan casi irreconocibles cuando se instauran en territorio al oeste del Atlántico. Las realidades a que se aplican resultan muy diferentes.

A manera de ejemplo, el pensamiento ilustrado nutrió las ideas bolivarianas, pero sirvió para soluciones muy diferentes a las obtenidas con él dentro del viejo continente. Sin dudas, la especificidad del contexto iberoamericano jugó esta mala pasada a pensadores arraigados en la pretendida “cuna de las civilizaciones”.

Entre quienes hurgan en sus fuentes teóricas los hay que dividen las influencias. En efecto, Europa aportó múltiples concepciones a la conformación de la filosofía de la liberación. El historicismo dejó su huella con las ideas relativistas de Dilthey, cuando interpreta la historia a través de la experiencia vivida.

Debe considerarse a Spengler, con su teoría de la historia como una sucesión de civilizaciones irrepetibles y al propio Ortega y Gasset cuando acepta al hombre mirando al mundo desde su perspectiva.

También la fenomenología dejó su impronta en la filosofía de la liberación. El método de Husserl es asumido al emprender la investigación de los fenómenos, más como proceso conceptual que empírico.

Otras corrientes que en nada ceden su importancia, fueron el existencialismo, freudismo, neomarxismo de la Escuela de Frankfurt y el hegelianismo.

Para los estudiosos que han realizado esta sistematización, la legitimidad de las fuentes latinoamericanas se expresa en cada una de las generaciones de quienes antecedieron al movimiento de la filosofía de la liberación.

Los llamados fundadores recogieron la preocupación por una filosofía latinoamericana original. Mientras la llamada normalización filosófica lo hizo en virtud de asignarle a la cultura la función de enfatizar lo universal como meta de un ejercicio de la filosofía. Finalmente, la llamada generación teórica que, sobre la base de la “normalidad” lograda, solo quedaba la realización de filosofía auténtica.

Con ellos se preparó el camino para que la filosofía de la liberación nos brinde su peculiar firma de explicar la realidad latinoamericana sobre la base de sus propias concepciones. Ella misma constituyó un reto, un logro y una contradicción.