Millones de africanos fueron arrancados de sus tierras para esclavizarlos. Ellos serían los encargados de hacer funcionar el modelo colonial europeo implantado en el llamado Nuevo Mundo. Durante siglos, les tocaría la parte del funcionamiento más inhumana y vituperable.
Afortunadamente, el siglo XIX sirvió de escenario a un proceso abolicionista, dilatado y asimétrico. Para unos, sus causas fueron hipócritas: el capitalismo en desarrollo necesitaba hombres con poder adquisitivo para comprar las mercaderías ofertadas. Otros prefieren incluir en sus análisis la cuota de humanismo que, sin dudas, estuvo presente en el proceso.
Sin embargo, una vez obtenida la libertad se abría una interrogante frente a los antiguos esclavos. Parte de ellos – no la más numerosa – escogió el reencuentro con sus semejantes en las lejanas comarcas africanas. Surgieron entonces movimientos de diversas denominaciones. Panafricanismo, negritud o retorno a África figuran entre los más conocidos.
Uno de los pioneros del retorno al África fue el descendiente de la etnia Ibo, nacido el 3 de agosto de 1832, en la caribeña isla de Saint Thomas, que en aquella época era una dependencia de Dinamarca. Llevaba por nombre Edgard Wilmot Blyden.
Según la opinión de algunos estudiosos de sus concepciones, existen líneas que pueden tomarse como estructuras fundamentales de su pensar. Para Blyden era obvio que los africanos tenía una patria: África. Una especie de gran país continental, ajeno a las fronteras internas que los europeos, caprichosa y malintencionadamente, delimitaron.
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Él abogaba por el reconocimiento de una nacionalidad africana, en África, escudo de los valores de aquellos pueblos y de sus hermanos al otro lado del Atlántico. En dicha concepción tuvo una influencia importante el nacionalismo europeo entonces en boga.
Fue un firme defensor del pasado de su continente y avizoraba su porvenir dentro de las más fructíferas manifestaciones. Para Blyden, el respeto a la cultura y valores africanos resultó un punto suficiente para levantar tribuna contra quienes no la reconocían.
Nunca creyó en la inferioridad africana proclamada por voceros europeos. Si su pueblo había atravezado por etapas de estancamiento, los motivos jamás podrían buscarse en el origen étnico, sino en las circunstancias por las cuales había atravesado.
Particular destaque merecen sus ideas respecto al aprendizaje de las naciones. Él confiaba en el intercambio de experiencias y enseñanzas.
Mas, la historia no siempre premia los esfuerzos más nobles. En medio de siglos de desarraigo, impuesto por las esclavizantes condiciones en medio de las cuales vivieron, miles de africanos habían asimilado otros patrones culturales y, alretornar, surgieron las discordancias.
Irónica paradoja en la vida de esos hombres.
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