La netnografía muestra pujanza. Se abre paso derribando cuanto le estorbe en derrededor. Presenta tan altas ínfulas, que sus cultores la han declarado ciencia cuando todavía gatea dentro del complejo tema al cual se dedica. La investigación netnográfica existe, sin lugar a dudas. Mas, su personalidad como ciencia independiente, dista aun de haberse conformado. Algunas de sus bases muestran solidez, otras son movedizas.
Según sus más fieles seguidores, ella surgió, como un área específica, dentro de la etnografía. En la praxis posterior, ellos afirman que ha ganado su independencia. La existencia de un objeto de estudio resulta inobjetable. Las redes sociales, en Internet, constituyen el centro de sus indagaciones. Encontrar un objeto de estudio mejor definido resulta difícil.
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Le caracterizan métodos muy peculiares. El empleo de la tecnología, en su utilización, contribuye a distinguirla. También es diáfana la metódica de aplicación y el reconocimiento de la intencionalidad en el diseño muestral. Algo similar ocurre al escoger las variables a medir. Hasta ahí su médula conglomerante se vislumbra con una naturaleza similar al plasma.
Otra cosa ocurre cuando “su” epistemología comienza a retirársele sus capas epidérmicas. En un post anterior emití algunos criterios sobre la objetividad de los resultados que se obtienen en la netnografía. En esencia, en Internet toda expresión dista de constituir un fruto de la espontaneidad. Hay quienes opinan con sinceridad y otros pagan a “expertos” para que emitan criterios en las redes sociales, con objetivos muy bien definidos. Entonces surge la disyuntiva ¿se estudia a la “opinión pública” o la “opinión de los expertos”?
Llegado a este punto, queda en entredicho el “sujeto netnografiado”. A diferencia de otras ciencias, está ausente, en la teoría hasta hoy desarrollada, el tratamiento a la distinción entre el “experto” y el navegante espontáneo.
Quizás una de las disciplinas científicas que más haya avanzado en situaciones parecidas sea la historia. En ella, la relación entre el sujeto investigador y el objeto investigado está mediada por las fuentes históricas. Tal matiz propicia una carga de subjetividad en el resultado. Pero ciencias históricas, cuando se practican por sujetos honestos, han elaborado toda una teoría en busca de un acercamiento, lo más estrecho posible, al hecho histórico. Ella puede resumirse en la llamada “crítica de las fuentes”.
Sin embargo, la netnografía carece de dicha teoría. Sus practicantes han realizado escasos planteamientos al respecto y, sobre todo, el cuerpo argumental de la teoría, parece demorar aun su entrada en el vientre materno.
Un segundo aspecto está por dilucidarse. Las palabras o frases claves, o categorías, como prefiera llamársele, que se le suministran a los softwares encargados del monitoreo de las redes sociales, todavía adolece de la dificultad respecto a la intención de quien se expresa. Una misma idea puede emitirse de maneras discursivas diferentes. La inclusión del azar en la aplicación, todavía es incapaz de alcanzar un cuerpo de variables tangible en cuanto a precisión.
El problema desborda el campo de la netnografía. La informática, en general, continúa insatisfecha respecto a los hitos que alcanza midiendo la subjetividad humana. Ella ha avanzado, pero tiene un camino largo por recorrer. Mientras tanto, la netnografía ha de contenerse en sus planteos sobre su independencia como ciencia. Para adquirir tal categoría, primero debe conformar una teoría de su conocimiento.
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