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lunes, marzo 27

La callada grandeza de Segreo



Ha pasado la Feria del libro en Holguín y estoy cargado de sentimientos, el último me lo ha dado mi amigo y colega el doctor Rolando Bellido. Al principio quedé algo desconcertado, tantas virtudes juntas en un libro son difíciles de lograr. Quizás haya sido que el estado de ánimo del simpático baguanense sea propenso a

emocionarse con estímulos no tan altos. De cualquier manera, sus elogios me contagiaron y como tengo un corazoncito vanidoso me animé a solicitarle autorización para publicar en mi blog sus impresiones tras la lectura del libro El reto a la vida de Rigoberto Segreo

Aquí las tienes para que te estimules, como yo,con tan bella y emocionante prosa:

UN RETO A LA VIDA Y A LOS HISTORIADORES

 

Humildes bohíos, campesinos de corazón bondadoso, prudentes recodos de la ciudad.

 

“El reto a la vida” es el título de la conmovedora biografía que ha escrito Minervino Ochoa Carballosa sobre el ser humano riguroso y exigente, admirado y querido que fue Rigoberto Segreo Ricardo, nacido en Calderón, en las cercanías de Velasco en 1951 y fallecido en Holguín en 2012. Este texto original, anecdótico y reflexivo, hechológico y cultural ha sido editado por Eugenio Marrón (Ediciones Holguín, 2021) y presentado como parte de las actividades de la Feria Internacional del Libro del presente año. Muchos familiares, profesores, historiadores e intelectuales diversos colaboraron a manos llenas con Minervino para que la obra se convirtiera en una realidad cualitativa de alto valor historiográfico.

En esta reseña, voy a apartarme de las consabidas referencias bibliográficas. Estoy emocionado con su lectura y mi fundamental deseo es que los estudiantes de Historia, los escritores y artistas, la gente de la cultura y los lectores en general lo lean, porque, mucho más que un insípido discurso academicista, se trata de una recreación colorida y dinámica que atrapa, ilustra y conmueve. No quiero caer en exageradas adjetivaciones, pero tampoco puedo esperar a sosegarme del todo, porque, siguiendo a Martí, nada hay más agradable que encontrar una obra o una persona que valgan de verás y propalarlo. No quiero que un exceso de racionalidad elimine el calor con que escribo estas palabras. No quiero que sea un artículo para revistas de normativas puntillosamente exageradas. Escribo sobre todo para aplaudir lo que me ha conmovido por su elevada calidad literaria y sin abandonar por ello las exigencias del método histórico.

Me he deleitado entre conjuros, maleficios, güijes, trasgos y arestines entre los humildes bohíos del campo cubano; con serenatas, enamoramientos juveniles y raptos de la novia al estilo medieval, con tradiciones y matrimonios entre familias lugareñas, becarios hacia La Habana y el vivir como “agregado”. Recordé los Institutos de Superación que luego se convirtieron en Institutos de Perfeccionamiento Educacional; las misiones internacionalistas en Angola, Mozambique o Etiopía; ciudades como Vorónezh y sitios históricos como “el arco de Kursk”; conocí de hijos zapadores, hijas médicas, supe de urólogos y cirujanos; repasé las visiones contrapuestas sobre el V Centenario de 1992; aprendí acerca de nefrectomías, diálisis, donaciones de órganos y trasplantes; supe de hamacas, mesas redondas y almuerzos hospitalarios de raigambre guajira para jóvenes tutorados en las periferias de la ciudad; volví a sufrir con el azote de huracanes que talan árboles e inundan salas de hemodiálisis; consolidé avatares relacionados con los concursos, premios, investigaciones, libros y editoriales; hijas e hijos; esposas y mujeres, amigos, compañeros y hermanos.

También constaté un adecuado equilibrio autoral en el tratamiento a temas históricos que, por sus contactos o cercanías con procesos político-ideológicos, continúan siendo “peliagudos”, como los relacionados con el saldo del catolicismo en Cuba, la valoración del pensamiento liberal o de personalidades tan complejas como la de Jorge Mañach y sus aportes, más allá o más acá de sus “defectos”. De todo esto –y más, en un libro que supera con creces las tradicionalistas maneras de concebir y reducir lo “histórico” a los grandes hechos, procesos y personalidades; dejándole (excluyendo) interesantes fenómenos de la cotidianidad (familia, enfermedades, amigos, hijos fuera del matrimonio, rabietas humanas, incomprensiones personales…) a lo socio-antropológico o, incluso, tildándoles de asuntos solo adecuados para la crónica roja o el chismorreo de comadres.

Minervino da alta lección de que la “Historia” debe y puede ser mucho más. Demuestra que la vida política y social nunca ha estado divorciada de la cotidianidad pedestre y que los próceres y las grandes personalidades no pueden ser reducidos a las apologías y las estatuas de bronce.

Por este rumbo anda uno de los principales aciertos de este libro: la historia veraz y verosímil no tiene que estar reñida con la amenidad y la belleza, con una fluida narración en la que no se pierde el rigor. Tres pilares sostienen firme y saludablemente al autor:

1) Minervino ha sido durante varias décadas un excelente profesor, con oficio como historiador y con los conocimientos pedagógicos y didácticos indispensables (lo mismo que Segreo, quien nunca entraba en la nueva materia de enseñanza sin antes haber hecho una adecuada orientación hacia los objetivos con la correspondiente preparación para facilitar a los estudiantes la accesibilidad y asequibilidad de los temas a tratar)[1];

2) Larga experiencia y perseverancia como investigador en los archivos, sin permitir que el polvo y las polillas le sumerjan y desorienten en una tan “copiosa” documentación que termine desconociendo las iluminaciones teóricas e imposibilitando las interpretaciones y,

3) El pilar de su ética personal, que inspira y sustenta sus búsquedas y hallazgos “positivos” sin olvidarse que también la forma en que estos se presentan y valoran es importante.

Sobre la base de los cimientos enumerados, Minervino no descuidó al ser humano. No sé si leyó a Jameson, quien alertó hace ya unas décadas sobre el hecho de que algunos académicos olvidan que los científicos también son gente. Lo traduzco o vomito con mis palabras: los grandes guerreros, los grandes profesores, los grandes poetas, las más grandes personalidades del campo social de que se trate, fueron, son y seguirán siendo “personas”, por muy gigantesca que sea la condición que alcancen. Minervino humaniza, y lo hace con equilibrio, con honestidad y, como historiador, acudiendo en cada valoración a fuentes primarias, cercanas y muy difíciles de descalificar. Minervino conoce que hay túneles mecánicos y cuánticos entre la historia, la leyenda y el mito.

He tropezado con unos pocos historiadores (a veces más de lo que mi ideal investigativo-creativo quisiera) que en sus producciones descuidan la imaginación, la amenidad y la belleza en aras, según ellos, de cimentar positivistamente las “verdades” que proclaman. Algunos, incluso, en intervenciones orales superficiales, han llegado a pronunciarse contra exigencias formales, recursos simbólico-metafóricos y “subjetividades” hermenéuticas, ajenas –según ellos--, al correcto quehacer del historiador y de la redacción científica. Intentan abrir, sostener o profundizar los abismos entre la Historia y la Literatura, entre la “ciencia” y el “arte”, como si la entrega de ladrillos didácticos, ortofónicamente impecables, fuera el objetivo supremo de la profesión.

Al leer esta obra de Minervino, no me queda otra que aplaudir. Página tras página he seguido y he disfrutado los pormenores de una vida personal y de una historia familiar, académica, social y cultural donde los detalles aparentemente mínimos ayudan a comprender las regularidades, unas veces, mientras que, en otras, las tendencias de los “grandes” procesos quedan mejor ilustrados y resultan mucho más accesibles desde los hechos “nimios”. Con ciento veintiocho pesos sostuvo Segreo, durante varios años a una familia de cinco integrantes sin vender favores ni contrabandear dignidades. Décadas después, convertido ya en un prestigioso doctor y viviendo, como es lógico suponer, en una casa modesta y nunca terminada del todo, él y su esposa encontraron siempre las maneras de compartir el café y los almuerzos con los tutorados que nunca fueron pocos.

Minervino ha querido –y lo ha logrado--, darnos un libro dinámico y ameno al mismo tiempo que profundo, comprometido con ideales y símbolos al mismo tiempo que con exigencias metodológicas provechosas o útiles, que no farragosas o impuestas. Su narración es fluida. Va combinando las descripciones con las esencias, las pinceladas con los conceptos. Ha aportado a la historiografía holguinera y cubana un elevado ejemplo de cómo escribir una “historia de vida” sin caer en los extremos del academicismo doctoral ni del subjetivismo del “todo vale”. En algún momento de su génesis etimológica, los géneros que hoy responden a “la historia” y “la novela”, fueron cuando menos primos hermanos, dedos de una misma mano. La primera buscando la mayor veracidad posible, la segunda persiguiendo la mayor verosimilitud alcanzable. Lamentablemente, unos pocos han intentado hacernos creer que estamos ante términos paradójicos. No han leído o no han querido comprender al Machado mayor, al cantor de los “Cantares”: Se miente demasiado por falta de imaginación. También la verdad se inventa.

En “El reto de la vida”, Minervino ha demostrado su reciedumbre historiográfica, quiero decir, metodológica, su acendrada cultura y su testarudez ética. Estas cualidades del biógrafo-creador, son concomitantes al biografiado, también creativo y perseverante, también honrado y testarudo como rumbo y coherencia de toda su existencia.

Para un lector no familiarizado con las licenciaturas, maestrías y doctorados del mundo histórico y cultural holguinero y cubano, el texto de Minervino también resulta útil, porque este lector no especializado se va a encontrar con los principales libros escritos por el Doctor Rigoberto Segreo Ricardo y con una sistematizada presentación de sus principales tesis de trabajo, presentados los libros y valoradas las tesis sin alardes esotéricos ni terminologías rebuscadas, sino colocándoles en sus contextos respectivos en el esfuerzo encomiable de Minervino por darles la jerarquía más justa que les corresponde.

En “El reto a la vida de Rigoberto Segreo”, hay también, incluso, pasajes graciosos o hasta humorísticos, como cuando Minervino describe la cercanía inmediata de la casa de Rigo y Margarita a las instalaciones de uno de los más “sonoros” cabarets de la ciudad: o la familia Segreo-Segura es tan divertida que duerme bailando, o tienen algún poderoso antídoto contra la estridencia. No recuerdo una palabra de enojo por esta situación. (p. 53). En otra parte, cuando refiere lo quisquilloso que se ponía Rigoberto cuando supervisaba lo mismo una tesis que un trabajo de albañilería, carpintería o lo que fuera, apunta: En términos económicos un punto de soldadura que él presenciara era incosteable. Se gastaban dos o tres barillas porque lo quería reforzado. (p. 56) Y, en ocasiones, llega a manejar no solo el humor, sino la más fina ironía al referir el hecho de cierta superficialidad de algunos editores habaneros que, quizás por la distancia que se interpone entre ellos y el oriente de Cuba, no ven correctamente los nombres y apellidos de los autores de por acá y se los cambian por cualquier otro, como sucedió cuando publicaron en la Colección Pinos Nuevos el título “Conventos y secularización en el siglo XIX cubano”: Quien mire la portada con detenimiento, verá que Rigoberto parece demasiado largo para aparecer en ella y en su lugar lo rebautizaron como Roberto (p. 69)[2]

En fin, Minervino ha sorteado victoriosamente los peligros que entraña biografiar a una personalidad contemporánea, quiero decir, tan cercana en el tiempo y el espacio, donde las versiones, testimonios, opiniones, intereses, escuelas, tendencias, amores y hasta rencores están no solo latentes, sino llameantes, y donde lo secundario puede ser confundido con lo fundamental, y viceversa. Los ha no solo sorteado, sino también superado, porque cada vez que lo consideró pertinente no se amilanó ante los obstáculos y riesgos, y tomó al toro por los cuernos. Con la enorme cantidad de informaciones, tanto orales como escritas, tanto manuscritas como publicadas, no nos presenta ni un anecdotario de carácter empírico ni un manual general de carácter abstracto. Enfrentó los temas más complejos y candentes: que el biografiado haya tenido un hijo por fuera del matrimonio oficial; los temores y sobresaltos que entraña para la familia cubana el hecho de que un padre, un hijo o familiar cercano salga “solo” a cumplir una misión internacionalista y los errores humanos que también se cometen en un área tan delicadísima como la del tratamiento de los riñones a través de la diálisis, por solo mencionar algunos ejemplos espinosos.

Con la lectura de este libro, compañero y amigo Minervino, consolidé conocimientos sobre el acontecer de la investigación histórica y los procesos académicos; aprendí nuevas formas de enfocar problemas políticos, sociales o culturales altamente complejos de nuestra realidad; acompañé a Rigoberto Segreo Ricardo, a toda su familia y a todos sus hijos e hijas en los dolores de su enfermedad; me admiré mucho más al verle otra vez con  su esencial elegancia, su altura ética, su capacidad dialógica y su grandeza y me convencí de que fui uno de los privilegiados por haber sido su alumno, su compañero de trabajo, su varias veces discutidor y siempre-siempre uno de sus admiradores. Pero hoy mucho más admirador, y mucho más conocedor, de su cortés, pero rigurosa exigencia; de su amor por la familia, el trabajo y la investigación; de su modestia, disposición y capacidad para escuchar; de su pulcritud y de su ternura. Gracias, Segreo, por haber tallado con tanta voluntad y belleza la escultura de tu ejemplo y gracias a ti, Minervino, por regalar a la familia de historiadores y lectores holguineros un libro tan útil y hermoso.

 

Rolando Bellido Aguilera,

Báguanos, 23 de marzo de 2023

 



[1] Aclaro, respecto a este punto, que siguen existiendo “profesores universitarios” que declaran públicamente su subestimación y hasta rechazo a todo lo que tenga que ver con didácticas y metodologías y que continúan proclamando que lo único y mejor que corresponde a un “académico” es el dominio del “contenido”, sin darse cuenta en su ignorancia que confunden “sistema de conocimientos” con “contenido.

[2] Incluí errores en cambios de nombres y apellidos porque a mí me redujeron mi segundo apellido a “Aguilar”, parece que también porque Aguilera resultaba demasiado largo, en la edición de mi primer libro titulado “La juntura maravillosa”, Premio Calendario, por la Casa Editorial Abril, La Habana, 2000.


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