Solo confiaré una parte de las expresiones que considero
publicables. Fueron más o menos así:
—¡Quién ha visto que se entra al tema de modo directo! —Me reprochó
con sus “buenas” pulgas habituales. Luego continuó su lección. —A cualquier lector hay que crearle una expectativa. Por muy
interesado que esté en el tema, es un ser humano y los seres humanos actuamos
por motivaciones. Eres profesor. Sabes que al inicio de una clase hay que
motivar a los estudiantes y repetir el proceso cada vez que abordas un nuevo
punto del sumario.
Para disimular el bochorno por el que pasaba, quise tirarle a broma
sus palabras y se me ocurrió decirle:
—¡Ah! Tú lo que quieres es una dramaturgia.
Con mucha tranquilidad me respondió:
—Sí, eso mismo. ¿Quién ha dicho que los recursos para comunicarse
mejor entre quien escribe y quien lee solo pueden utilizarse en la ficción? Lee las obras de los grandes
historiadores del mundo y verás cómo los utilizan.
De esta manera reaccionó Rigoberto Segreo Ricardo el día siguiente al de haber aceptado tutorarme. Yo le
había entregado la primera propuesta de un primer acápite para un primer
capítulo; él leyó el primer párrafo y ahí mismo me gané la primera reprimenda.
Estas palabras no significan que Segreo hubiese sucumbido ante el
postmodernismo historiográfico,aun cuando la versión historiográfica jamás
contendrá la totalidad de un proceso pretérito, siempre queda signada por la
toma de posición del historiador.
Rigoberto Segreo solo proponía una apropiación de elementos formales
para la redacción, jamás renunció al principio de la objetividad y a la ética
del historiador para presentar la versión de lo ocurrido. Siempre mantuvo que
la primera tarea del investigador es aproximarse, lo más posible, a la verdad histórica.
Tampoco coincidía con quienes pretenden convertir la historia en
novela para entenderla mejor. De sobras conocía que la división entre la
literatura ficcional y la histórica fue necesaria para el hombre de la
antigüedad. Desde entonces Homero siguió su camino y Herodoto abrió uno nuevo.
Pero la separación entre historia y literatura de ficción no ha sido
un divorcio absoluto entre excónyugues mal llevados. Durante varios milenios
han intercambiado guiños zalameros, los escritores para tomar la realidad como
fuente de inspiración, los historiadores para tomar la ficción como fuente de
información.
Segreo fue uno de los colegas que utilizó la novela con esos fines.
En la bibliografía del volumen América y
Europa. Encuentro de dos mundos aparece la novela de Alejo Carpentier El Arpa y la sombra. Una divertida y
magistral inspiración histórica, donde Cristobal Colón es propuesto por la iglesia para canonizarlo.
Por mi parte, a partir de los señalamientos del amigo, busqué en la
biblioteca más grande del mundo: Internet. He encontrado tantos materiales que
todavía me quedan por revisar los más complejos. Permíteme compartir la
experiencia, no como un entendido que sienta pautas, sino como un ignorante,
deslumbrado por los chispazos que he
captado.
Según los redactores de los artículos consultados la ficción gana
cuando narra una buena historia. ¿Y cómo convierten los escritores una historia
tomada de la realidad en buena para los lectores?
La preescritura en la ficción
Mientras menos conocido es el tema, más lo recomiendan. Cuando
encuentran algo así, los llamados “escritores de mapa”, —esto es, los que
planifican, no los que dan rienda suelta a su creatividad sin más guía que la
inspiración— hacen una síntesis guiados por el orden en que han ocurrido los
acontecimientos. A eso le llaman argumento. Llegado a ese momento, todavía no
existe una palabra del volumen que luego se entregará al lector.
El paso del tema al argumento implica precisar el conflicto que
moverá la narración, lo que pondrá patas arriba la vida de quienes participen
en él; debe ser un conflicto donde las cosas se pongan cada vez peor para los
protagonistas. El siguiente paso contiene la construcción de esos personajes,
su caracterización exquisita, hasta dejarlos —como ellos lo denominan—
redondos.
El escritor debe decidir la premisa. Puede ser una de las posiciones
en conflicto o un enfoque más generalizador que contemple a todas o a una parte
de ellas. Según he entendido, el escritor de ficción toma partido. Pueden
quedar otros detalles, pero en aras del espacio los omitiré.
La preescritura en la historia
Aquí hago una observación. El historiador también trabaja con estos
elementos, no necesita crearlos, de temas inéditos, conflictos de alcance
incalculable y personalidades decisorias están llenas las versiones del devenir
humano. Si cambiamos conflicto por contradicción y premisa por enfoque,
comenzamos a hablar en términos muy parecidos a los del diseño para la
investigación histórica.
Cualquier proceso investigativo arroja un volumen de información
procesado, pero no es el texto del libro. Tanto en la historia como en la
ficción a ese material hay que buscarle una manera de exponerlo, una
hilvanación lógica aunque no cronológica. La tradición positivista lleva a
buena parte de los historiadores a ceñirse a ese orden, olvidando que en
nuestra ciencia el tiempo también puede trabajarse mediante la periodización. Además, el orden expositivo puede
ser temático, no temporal. De una manera u otra, en la historia ocurren
procesos paralelos que nos obligan a dar saltos.
Por otra parte, el historiador discrimina información. Jerarquiza
cuál presenta y aquella que eliminará. Es un proceso ineludible que ha colocado
a nuestra disciplina como centro de diferentes críticas, pero que no le resta objetividad
si se realiza de manera honesta y acorde a los objetivos e hipótesis que nos
hemos propuesto. Esa sería la llamada trama de la ficción.
Después vendría la división en capítulos; estos, a su vez, quedarían
conformados por las escenas (si se trata de la ficción), o los acápites y
subacápites, si fuera el texto histórico. Hasta aquí has visto unos recursos
elementales contra la monotonía en la etapa llamada de preescritura. En la
próxima entrega trataré sobre ciertos procedimientos para despertar el interés
en el lector.
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