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lunes, abril 1

Profesión, quehaceres y condición humana II. El alcance de un libro



En la entrada anterior les presenté la primera parte de la entrevista al doctor en ciencias pedagógicas José Rojas Bez, estudioso de la literatura y el cine iberoamericanos. En ella abordamos aspectos tempraneros de su formación humanística y la manera en que ha
relacionado su actividad con los problemas de la sociedad y la cultura.
Sin embargo, nosotros hablamos de aspectos más conceptuales de la condición humana que surgieron en la conversación sobre su proyecto de libro Letras, imágenes e influjos entre tiempos y mundos. Hoy presento a los lectores estos aspectos de nuestra conversación.

MOC:Mencionaste tu labor profesoral, ¿en qué medida y bajo qué circunstancias se ha mantenido unida a la labor ensayística?

JRB: Siempre. En tiempos en que doctores como Carlos Álvarez, Ramón Cabrera Salort, y Rosario Mañalich, entre otros, desempeñaron un rol fundamental en los tribunales de doctorado y en los proyectos pedagógicos cubanos, cuando lograron instaurar criterios pedagógicos excelentes, incluyendo nuevas concepciones de la bibliografía docente que, vale la pena también subrayarlo, fueron bien acogidos y defendidos por la nueva generación de metodólogos a la que pertenece la Dra. Carmen Rosa Seijas.
Ya no serían esos cuadernos con normativas rígidas de páginas, párrafos, tipos de preguntas y otros herrajes. Un buen ensayo, es decir un ensayo que no desdiga nada de principios pedagógicos de actualidad científica, planteamientos problémicos, capacidades motivacionales, asequibilidad y otras funciones elogiosas, puede ser y valer mucho como bibliografía docente. Es decir, Nuestra América de Martí, Historia de la filosofía de Abagnano y El ingenio de Moreno Fraginals (son ejemplos entre una infinidad aducida entonces) podían ser textos básicos y mejores incluso que otros construidos según las normativas arcaicas de páginas, párrafos, preguntas normadas. Por supuesto, se estaba hablando de universidades y Educación Superior.  
Por mi parte –me preguntaste a mí pero era mejor comenzar recordando una tendencia defendida por otros mejores que yo– formaba parte del colectivo de autores de textos para la extensión universitaria (con Luís Carlos Suárez, Isabel Taquechel, María Elena Orozco, Marlene Garcell y otros distinguidos y muy queridos colegas) en planes y programas de literatura, cine, artes y cultura cubana.
Entre otros materiales, redactamos en 1985 y 1986, los cuadernos de Apreciación de la Cultura Cubana I y II. Dicho sea de paso, también como dato curioso, fueron los primeros programas y textos del país que introdujeron la enseñanza de la Generación de Orígenes en sus acápites y páginas.
Lejos de contradecirse, se fecundaban entre sí las motivaciones ensayísticas y pedagógicas.
Y puedo decirte que quizás, digo quizás porque eso no puede medirse exactamente pero es mi sentir, sigo interesándome y amando mucho más las letras que el cine. Pero…estuvieron las cuestiones prácticas. Se impusieron las circunstancias prácticas.
Creo que la de mayor peso fue un balance digamos que socio-cultural o socio-pedagógico. Trabajando en la actual Universidad de Holguín impartía un curso de Literatura y cuando regresé de mis estudios de postgrado en España, implementé el primer postgrado en Holguín de Literatura Española Contemporánea (en aquel entonces comprendía el periodo entre 1890 y 1990).A la vez, impartía clases de Apreciación Cinematográfica, fungía como instructor en el cine-club y escribía la crítica del cine del periódico provincial (espacio donde sí podía hablar bien de las buenas películas norteamericanas y hablar mal de las malas películas soviéticas y cubanas).
Pero… volvemos al “pero” inicial: cuestiones prácticas. En las universidades se habían ido desarrollando muchos (y buenos) profesores de Literatura y otras disciplinas afines. Sobre todo, eran egresados del Instituto Superior Pedagógico y otros venidos de la Universidad de Oriente.
Pareció lógico, la práctica vital y docente lo decidió, que yo fuese concentrándome cada vez más en el cine y en materias afines o con menos profesores (semiótica, teoría del arte, estética aplicada al cine y los audiovisuales), mientras otros accedían a los predios de la literatura.
La fundación de la filial o campus en Holguín de la Facultad de Cine, Radio y Televisión del Instituto Superior de Arte (de la cual fui cofundador, entusiasta seguidor en ello del principal protagonista, Hugo Edelqui Cruz), puso el énfasis definitivo.
Creo que esto responde bien tu pregunta sobre las circunstancias que me llevaron “y me hacen ser más conocido en ese aspecto” (como dices), el estudio de la  cinematografía, por encima de la literaria.
Más que tratarse de mí, lo que hemos estado conversando es aleccionador sobre cómo las circunstancias van moviendo las cosas. Por supuesto, ellas solas no: “Las estrellas inclinan pero no obligan”, como enseña Calderón matizando tradiciones ancestrales con magníficos precedentes en Don Juan Manuel y el Arcipreste de Hita, entre otros. Digamos nosotros, inclinan y a menudo bastante.

MOC: De todos modos, nunca abandonaste las letras.

JRB: Claro que no. ¡Ni pensarlo! Dedicarse como modus vivendis (y también amando) al cine más que a la literatura y la cultura general no significa dejar del todo a estas últimas; ni tampoco otras ramas del saber (la filosofía y la teoría de las ciencias, por ejemplo) ni dejar de preferir –porque voy a decirte cuál es, después de todo, mi arte preferida, como amante y receptor claro está– la música. Si tuviera que salvar una de las artes mientras las demás desaparecieran, esa sería, sin dudarlo un instante, la música.

MOC:Centrémonos ahora en el libro que estás culminando, Letras, imágenes e influjos entre tiempos y mundos. Ya te referiste a las motivaciones e intereses. Sin adelantar los detalles novedosos, ¿podrías sintetizar el contenido a los lectores del blog?

JRB: En principio, recoge algunos ensayos publicados en diversas revistas de Cuba, México, Brasil y EstadosUnidos (sobre Las Casas, Ercilla, Sor Juana, Máximo Gómez, Ortega y Gasset, Carpentier…), con una redacción más madura, y añade otros (Unamuno, Rodó…). Todos giran en torno a influjos entre uno u otro autor, obra o corriente o, en otros casos, modos diversos de asumir un mismo fenómeno por parte de uno y otro autor, aparte de conceptos generales sobre la cultura americana, la cultura española, otros ámbitos del mundo y ciertas interrelaciones entre ellas.

MOC:Antes de comenzar este diálogo, hablaste de modo más ligero sobre temas, obras y autores, por ejemplo el neoclasicismo, la concepción de la muerte, el barroco. ¿Qué adelantarías sobre el barroco y la cultura americana?

JRB: Podrían ser muchas cosas. Pero entonces no leerías el ensayo. Te diré sólo un poquito, como motivación y provocación.
En principio, argumento la negación de una “esencia” barroca de América, ya que no podemos confundir “barroco” con abigarramiento, plenitud de formas y otros aspectos más formales y “resultantes” que causales e histórico-culturales. Creo que “barroco” propiamente dicho hay uno sólo, el de los siglos XVI y XVII, como hay “romanticismo” o “impresionismo”. No hay por qué negar ni hacer una guerra histérica porque se use el apelativo de “barroco”, “romántico” o “impresionista” para calificar algo en atención a alguno de sus rasgos o cualidades. Yo, por ejemplo, soy muy “romántico” (pregúntale a mi esposa). Bueno, estamos bromeando. Lo que quiero decir es que la coincidencia de algunos rasgos entre uno u otro tiempo y lugar no significa la totalidad o plenitud de concordancia con el fenómeno histórico-cultural. Por ejemplo, a lo largo de la historia y la cultura americana faltan dos características que fueron más que fundamentales para, y en el barroco propiamente dicho: la desmesurada angustia en conjunción con el sentimiento de irrealidad de lo terreno (en lo idiosincrático-filosófico) y la contradictoria resistencia al fin de un mundo y la emergencia de otro (en lo sociopolítico). No basta sólo que haya abundancia de formas, contrastes y claroscuros para hablar de pleno barroco.
En América confluye el barroco propiamente dicho, o sea, el barroco de España y de Europa con la Ilustración propiamente dicha, es decir, la de Francia, Alemania y también España, como antes habían llegado aires renacentistas (aires, no el renacimiento a plenitud, propiamente dicho). Y es, sobre todo, en la fecundación aportada lo mismo por el barroco que por la ilustración –de modo relevante, junto a otros factores– a lo autóctono americano donde se halla la emergencia de la nueva cultura de América. Es un tema que tiene muchas aristas y posibilidades de controversias. Por ello me ha interesado traerlo de nuevo a colación.

MOC: Conceptualmente, ¿dónde sitúas al ensayo sobre Ortega y su visión de América que contendrá el libro?

JRB: Ese es, quizás, el menos modificado en su sustancia respecto a la edición anterior.  En su redacción, sí. Ha resultado más abreviada, clara y precisa. Fue publicado en su primera versión con muy buena acogida en 1992 y 1993 en las revistas Comunicaçôes  Filosóficas (de la Universidad Federal de Juiz de Fora), Islas(de la Universidad Central de Las Villas) y Torre de Papel(de la Universidad de Iowa).
En  principio, es una negación de la visión (incomprensión) que tuvo Ortega sobre la historia, cultura y realidad general de América Latina, aunque algo más acertada respecto a Estados Unidos de Norteamérica.
Ortega, a quien siempre he admirado confesadamente, y a cuyas ideas sobre el arte (y otros menesteres) debo muchísimo, también consignado en sus respectivos momentos y lugares; queda demasiado hegeliano (quizás sin quererlo, sin percatarse del todo) en su visión de América y falla al remitirla hacia el ámbito del no-ser-todavía. Digamos de paso, ya que mencionamos a América y a Hegel, que tampoco la comprendió muy bien Marx, tan atinado en otros asuntos. Parece que América no se deja aprehender con tanta facilidad.

MOC: Me ha llamado la atención el título de otro ensayo que se referirá a la muerte en la poesía neoclásica hispana.

JRB: Pues, sí. Lo más habitual es hablar de la muerte y el barroco o el romanticismo o, en todo caso, también de la muerte y las tradiciones medievales. Pero, hablando de España, incluso más que de América (donde habría que hacer el análisis por períodos y por regiones y culturas específicas), el tema y sentimiento de la muerte permanece ínsito desde sus más juveniles hasta los más actuales tiempos, nada privativo de una u otra corriente. Recordemos que la filosofía española comienza con el estoicismo, primero estoicismo pagano y luego estoicismo cristiano. No sólo Séneca y Marco Aurelio, españoles pero romanos aún más. Todo el pensamiento, así como modulaciones fundamentales de vida y sociedad. No sólo las danzas de la muerte, no sólo los milagros, no sólo…… En fin, también los poetas neoclásicos españoles, supuestamente tan avezados a las ciencias, tan  racionalistas y otros adjetivos familiares que suelen aplicárseles; también vivieron apegados a la experiencia de la muerte, ya fuese de la amada, de un familiar, un personaje célebre o un fenómeno  inanimado en su desaparición. En tal aspecto no deja de haber interesantes diferencias tonales respecto a los latinoamericanos, en aquel momento más avocados a las gestas liberadoras y civilizatorias de su mundo.
Creo que valió la pena entresacar, mostrar y comentar algunos ejemplos de los más diversos poetas que dejan ver esta consideración.

MOC:Existe el refrán “La Patria Grande se hizo a caballo”. ¿Piensas que lalírica iberoamericana le hace honor?

JRB: Sin duda, y con mucha evidencia. En España y Portugal, desde las cantigas de amigo y toda la poesía caballeresca. No hay más que decir del Cid y la épica. Incluso, El Quijote, por muchas aristas burlescas que le hallemos, ya que la caricatura (Rocinante) implica un reconocimiento al referente caricaturizado (la caballería). En América también los equinos tienen su presencia en las gestas heroicas. Por ello insistimos en la idea, de que la identificación de España con el toro, es más bien provocada o intencionalmente reforzada. Su lírica y su novelística rinden mayor reconocimiento y tributo a los equinos. Y, claro, exhibimos la Rapsodia para el Mulo de Lezama como un singular clímax en la poética con el motivo equino.

MOC:Como investigador de las letras iberoamericanas, ¿crees que exista la historia de los vencidos?

JRB:Depende de lo que llamemos historia y de lo que llamemos historia de los vencidos. Si llamamos historia más a los hechos positivos o lo sucedido y su coherente concatenación de causas, efectos y casualidades, sin duda existe una historia de los vencidos porque hay vencidos y, por tanto, presencia y sucesos suyos. Pero si llamamos historia a la perspectiva, reflexión y consignación de tales personas, sucesos y devenires; hay que pensarlo un poco más, aunque sin duda existen hitos y, algo muy interesante, que quizá no se produzca en otra historiografía y cultura del universo, al menos en su dimensión: la historia de los vencidos –y la revaloración positiva de los mismos con la correspondiente revaloración negativa de las acciones e intenciones de los vencedores– comienza desde los predios de los propios vencedores, mejor dicho, de determinadas conciencias de algunos de los que estuvieron entre los vencedores.
He ahí toda la literatura de la conquista y la colonización con las relaciones del padre Las Casas a la cabeza.
Es una idea que recalco en el ensayo sobre Las Casas, Hatuey, Ercilla y Caupolicán que estará incluido en el libro.
De todos modos, no es suficiente lo que se ha producido hasta la fecha. Queda mucho, demasiado, por hacer al respecto.
Por último, recordemos que hablamos de obras, sucesos y tendencias ya ocurridas pero también de procesos actuales, por lo que no hemos olvidado asumir las sugestiones martianas en torno a “lo nuestro y la falsa erudición”, en un continente, un Mundo Nuevo (lo opongo en el libro a Nuevo Mundo, jugando con la posición de los adjetivos) en plena efervescencia, debatido entre procesos locales y de globalización, intereses locales, regionales y foráneos.

MOC: Estimadísimo colega y amigo, en mi nombre y en el de los lectores de Pensamiento iberoamericano, te agradezco este diálogo. En especial, porque nos ha dejado motivos para pensar no sólo en aspectos de la cultura iberoamericana, de las interrelaciones entre España, toda Europa, incluso todo el Viejo Mundo y América; también sobre las posibles interrelaciones y fecundaciones entre ciencias y artes, sobre la posible integralidad humana más allá de prejuicios y falsas limitaciones.
Fin

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