En
la entrada anterior les presenté la primera
parte de la entrevista al doctor en ciencias pedagógicas José Rojas Bez,
estudioso de la literatura y el cine iberoamericanos. En ella abordamos aspectos tempraneros de su formación
humanística y la manera en que ha
relacionado su actividad con los problemas de
la sociedad y la cultura.
Sin
embargo, nosotros hablamos de aspectos más conceptuales de la condición humana
que surgieron en la conversación sobre su proyecto de libro Letras, imágenes e influjos entre tiempos y
mundos. Hoy presento a los lectores estos aspectos de nuestra conversación.
MOC:Mencionaste tu labor profesoral, ¿en qué medida y
bajo qué circunstancias se ha mantenido unida a la labor ensayística?
JRB: Siempre. En
tiempos en que doctores como Carlos Álvarez, Ramón Cabrera Salort, y Rosario
Mañalich, entre otros, desempeñaron un rol fundamental en los tribunales de
doctorado y en los proyectos pedagógicos cubanos, cuando lograron instaurar
criterios pedagógicos excelentes, incluyendo nuevas concepciones de la
bibliografía docente que, vale la pena también subrayarlo, fueron bien acogidos
y defendidos por la nueva generación de metodólogos a la que pertenece la Dra. Carmen Rosa Seijas.
Ya no serían esos cuadernos con normativas rígidas de páginas, párrafos,
tipos de preguntas y otros herrajes. Un buen ensayo, es decir un ensayo que no
desdiga nada de principios pedagógicos de actualidad científica, planteamientos
problémicos, capacidades motivacionales, asequibilidad y otras funciones
elogiosas, puede ser y valer mucho como bibliografía docente. Es decir, Nuestra América de Martí, Historia
de la filosofía de Abagnano y El
ingenio de Moreno Fraginals (son ejemplos entre una infinidad aducida
entonces) podían ser textos básicos y mejores incluso que otros construidos
según las normativas arcaicas de páginas, párrafos, preguntas normadas. Por
supuesto, se estaba hablando de universidades y Educación Superior.
Por mi parte –me preguntaste a mí pero era mejor comenzar recordando una
tendencia defendida por otros mejores que yo– formaba parte del colectivo de
autores de textos para la extensión universitaria (con Luís Carlos Suárez,
Isabel Taquechel, María Elena Orozco, Marlene Garcell y otros distinguidos y
muy queridos colegas) en planes y programas de literatura, cine, artes y cultura cubana.
Entre otros materiales, redactamos en 1985 y 1986, los cuadernos de
Apreciación de la
Cultura Cubana I y II. Dicho sea de paso, también como dato
curioso, fueron los primeros programas y textos del país que introdujeron la
enseñanza de la Generación
de Orígenes en sus acápites y páginas.
Lejos de contradecirse, se fecundaban entre sí las motivaciones
ensayísticas y pedagógicas.
Y puedo decirte que quizás, digo quizás porque eso no puede medirse
exactamente pero es mi sentir, sigo interesándome y amando mucho más las letras
que el cine. Pero…estuvieron las cuestiones prácticas. Se impusieron las
circunstancias prácticas.
Creo que la de mayor peso fue un balance digamos que socio-cultural o
socio-pedagógico. Trabajando en la actual Universidad de Holguín impartía un
curso de Literatura y cuando regresé de mis estudios de postgrado en España,
implementé el primer postgrado en Holguín de Literatura Española Contemporánea
(en aquel entonces comprendía el periodo entre 1890 y 1990).A la vez, impartía
clases de Apreciación Cinematográfica, fungía como instructor en el cine-club y
escribía la crítica del cine del periódico provincial (espacio donde sí podía hablar
bien de las buenas películas norteamericanas y hablar mal de las malas
películas soviéticas y cubanas).
Pero… volvemos al “pero” inicial: cuestiones prácticas. En las
universidades se habían ido desarrollando muchos (y buenos) profesores de
Literatura y otras disciplinas afines. Sobre todo, eran egresados del Instituto
Superior Pedagógico y otros venidos de la Universidad de
Oriente.
Pareció lógico, la práctica vital y docente lo decidió, que yo fuese
concentrándome cada vez más en el cine y en materias afines o con menos
profesores (semiótica, teoría del arte, estética aplicada al cine y los
audiovisuales), mientras otros accedían a los predios de la literatura.
La fundación de la filial o campus en Holguín de la Facultad de Cine, Radio y
Televisión del Instituto Superior de Arte (de la cual fui cofundador,
entusiasta seguidor en ello del principal protagonista, Hugo Edelqui Cruz),
puso el énfasis definitivo.
Creo que esto responde bien tu pregunta sobre las circunstancias que me
llevaron “y me hacen ser más conocido en ese aspecto” (como dices), el estudio
de la cinematografía, por encima de la
literaria.
Más que tratarse de mí, lo que hemos estado conversando es aleccionador
sobre cómo las circunstancias van moviendo las cosas. Por supuesto, ellas solas
no: “Las estrellas inclinan pero no obligan”, como enseña Calderón matizando
tradiciones ancestrales con magníficos precedentes en Don Juan Manuel y el
Arcipreste de Hita, entre otros. Digamos nosotros, inclinan y a menudo
bastante.
MOC: De todos modos, nunca abandonaste las
letras.
JRB: Claro que no. ¡Ni
pensarlo! Dedicarse como modus vivendis
(y también amando) al cine más que a la literatura y la cultura general no
significa dejar del todo a estas últimas; ni tampoco otras ramas del saber (la
filosofía y la teoría de las ciencias, por ejemplo) ni dejar de preferir
–porque voy a decirte cuál es, después de todo, mi arte preferida, como amante
y receptor claro está– la música. Si tuviera que salvar una de las artes
mientras las demás desaparecieran, esa sería, sin dudarlo un instante, la
música.
MOC:Centrémonos
ahora en el libro que estás culminando, Letras,
imágenes e influjos entre tiempos y mundos. Ya te referiste a las
motivaciones e intereses. Sin adelantar los detalles novedosos, ¿podrías sintetizar
el contenido a los lectores del blog?
JRB: En principio,
recoge algunos ensayos publicados en diversas revistas de Cuba, México, Brasil y EstadosUnidos (sobre Las Casas, Ercilla, Sor Juana, Máximo Gómez, Ortega y
Gasset, Carpentier…), con una redacción más madura, y añade otros (Unamuno,
Rodó…). Todos giran en torno a influjos entre uno u otro autor, obra o
corriente o, en otros casos, modos diversos de asumir un mismo fenómeno por
parte de uno y otro autor, aparte de conceptos generales sobre la cultura
americana, la cultura española, otros ámbitos del mundo y ciertas
interrelaciones entre ellas.
MOC:Antes de
comenzar este diálogo, hablaste de modo más ligero sobre temas, obras y
autores, por ejemplo el neoclasicismo, la concepción de la muerte, el barroco.
¿Qué adelantarías sobre el barroco y la cultura americana?
JRB: Podrían ser muchas
cosas. Pero entonces no leerías el ensayo. Te diré sólo un poquito, como
motivación y provocación.
En principio, argumento la negación de una “esencia” barroca de América,
ya que no podemos confundir “barroco” con abigarramiento, plenitud de formas y
otros aspectos más formales y “resultantes” que causales e
histórico-culturales. Creo que “barroco” propiamente dicho hay uno sólo, el de
los siglos XVI y XVII, como hay “romanticismo” o “impresionismo”. No hay por
qué negar ni hacer una guerra histérica porque se use el apelativo de
“barroco”, “romántico” o “impresionista” para calificar algo en atención a
alguno de sus rasgos o cualidades. Yo, por ejemplo, soy muy “romántico”
(pregúntale a mi esposa). Bueno, estamos bromeando. Lo que quiero decir es que
la coincidencia de algunos rasgos entre uno u otro tiempo y lugar no significa
la totalidad o plenitud de concordancia con el fenómeno histórico-cultural. Por
ejemplo, a lo largo de la historia y la cultura americana faltan dos
características que fueron más que fundamentales para, y en el barroco
propiamente dicho: la desmesurada angustia en conjunción con el sentimiento de
irrealidad de lo terreno (en lo idiosincrático-filosófico) y la contradictoria
resistencia al fin de un mundo y la emergencia de otro (en lo sociopolítico).
No basta sólo que haya abundancia de formas, contrastes y claroscuros para
hablar de pleno barroco.
En América confluye el barroco propiamente dicho, o sea, el barroco de España y de Europa con la Ilustración
propiamente dicha, es decir, la de Francia, Alemania y también España, como
antes habían llegado aires renacentistas (aires, no el renacimiento a plenitud,
propiamente dicho). Y es, sobre todo, en la fecundación aportada lo mismo por
el barroco que por la ilustración –de modo relevante, junto a otros factores– a
lo autóctono americano donde se halla la emergencia de la nueva cultura de
América. Es un tema que tiene muchas aristas y posibilidades de controversias.
Por ello me ha interesado traerlo de nuevo a colación.
MOC:
Conceptualmente, ¿dónde sitúas al ensayo sobre Ortega y su visión de América
que contendrá el libro?
JRB: Ese es, quizás, el
menos modificado en su sustancia respecto a la edición anterior. En su redacción, sí. Ha resultado más
abreviada, clara y precisa. Fue publicado en su primera versión con muy buena
acogida en 1992 y 1993 en las revistas Comunicaçôes
Filosóficas (de la Universidad Federal
de Juiz de Fora), Islas(de la Universidad Central
de Las Villas) y Torre de Papel(de la Universidad de Iowa).
En principio, es una negación de la visión
(incomprensión) que tuvo Ortega sobre la historia, cultura y realidad general
de América Latina, aunque algo más acertada
respecto a Estados Unidos de Norteamérica.
Ortega, a quien
siempre he admirado confesadamente, y a cuyas ideas sobre el arte (y otros
menesteres) debo muchísimo, también consignado en sus respectivos momentos y
lugares; queda demasiado hegeliano (quizás sin quererlo, sin percatarse del
todo) en su visión de América y falla al remitirla hacia el ámbito del
no-ser-todavía. Digamos de paso, ya que mencionamos a América y a Hegel, que
tampoco la comprendió muy bien Marx, tan atinado en otros asuntos. Parece que
América no se deja aprehender con tanta facilidad.
MOC: Me ha llamado
la atención el título de otro ensayo que se referirá a la muerte en la poesía
neoclásica hispana.
JRB: Pues, sí. Lo más
habitual es hablar de la muerte y el barroco o el romanticismo o, en todo caso,
también de la muerte y las tradiciones medievales. Pero, hablando de España,
incluso más que de América (donde habría que hacer el análisis por períodos y
por regiones y culturas específicas), el tema y sentimiento de la muerte
permanece ínsito desde sus más juveniles
hasta los más actuales tiempos, nada privativo de una u otra corriente.
Recordemos que la filosofía española comienza con el estoicismo, primero
estoicismo pagano y luego estoicismo cristiano. No sólo Séneca y Marco Aurelio,
españoles pero romanos aún más. Todo el pensamiento, así como modulaciones
fundamentales de vida y sociedad. No sólo las danzas de la muerte, no sólo los milagros, no sólo…… En fin, también los
poetas neoclásicos españoles, supuestamente tan avezados a las ciencias, tan racionalistas y otros adjetivos familiares
que suelen aplicárseles; también vivieron apegados a la experiencia de la
muerte, ya fuese de la amada, de un familiar, un personaje célebre o un
fenómeno inanimado en su desaparición.
En tal aspecto no deja de haber interesantes diferencias tonales respecto a los
latinoamericanos, en aquel momento más avocados a las gestas liberadoras y
civilizatorias de su mundo.
Creo que valió la pena entresacar, mostrar y comentar algunos ejemplos
de los más diversos poetas que dejan ver esta consideración.
MOC:Existe el
refrán “La Patria Grande
se hizo a caballo”. ¿Piensas que lalírica iberoamericana le hace honor?
JRB: Sin duda, y con
mucha evidencia. En España y Portugal, desde las cantigas de amigo y toda la
poesía caballeresca. No hay más que decir del Cid y la épica. Incluso, El
Quijote, por muchas aristas burlescas que le hallemos, ya que la caricatura
(Rocinante) implica un reconocimiento al referente caricaturizado (la
caballería). En América también los equinos tienen su presencia en las gestas
heroicas. Por ello insistimos en la idea, de que la identificación de España
con el toro, es más bien provocada o intencionalmente reforzada. Su lírica y su
novelística rinden mayor reconocimiento y tributo a los equinos. Y, claro,
exhibimos la Rapsodia para el Mulo de Lezama como un singular
clímax en la poética con el motivo equino.
MOC:Como
investigador de las letras iberoamericanas, ¿crees que exista la historia de
los vencidos?
JRB:Depende de lo que llamemos historia
y de lo que llamemos historia de los
vencidos. Si llamamos historia más a los hechos positivos o lo sucedido y
su coherente concatenación de causas, efectos y casualidades, sin duda existe
una historia de los vencidos porque hay vencidos y, por tanto, presencia y
sucesos suyos. Pero si llamamos historia
a la perspectiva, reflexión y consignación de tales personas, sucesos y
devenires; hay que pensarlo un poco más, aunque sin duda existen hitos y, algo
muy interesante, que quizá no se produzca en otra historiografía y cultura del
universo, al menos en su dimensión: la historia de los vencidos –y la
revaloración positiva de los mismos con la correspondiente revaloración
negativa de las acciones e intenciones de los vencedores– comienza desde los
predios de los propios vencedores, mejor dicho, de determinadas conciencias de
algunos de los que estuvieron entre los vencedores.
He ahí toda la literatura de la conquista y la colonización con las relaciones del padre Las Casas a la
cabeza.
Es una idea que recalco en el ensayo sobre Las Casas, Hatuey, Ercilla y
Caupolicán que estará incluido en el libro.
De todos modos, no es suficiente lo que se ha producido hasta la fecha.
Queda mucho, demasiado, por hacer al respecto.
Por último, recordemos que hablamos de obras, sucesos y tendencias ya
ocurridas pero también de procesos actuales, por lo que no hemos olvidado
asumir las sugestiones martianas en torno a “lo nuestro y la falsa erudición”,
en un continente, un Mundo Nuevo (lo opongo en el libro a Nuevo Mundo, jugando
con la posición de los adjetivos) en plena efervescencia, debatido entre
procesos locales y de globalización, intereses locales, regionales y foráneos.
MOC: Estimadísimo
colega y amigo, en mi nombre y en el de los lectores de Pensamiento
iberoamericano, te agradezco este diálogo. En especial, porque nos ha dejado
motivos para pensar no sólo en aspectos de la cultura iberoamericana, de las
interrelaciones entre España, toda Europa, incluso todo el Viejo Mundo y
América; también sobre las posibles interrelaciones y fecundaciones entre
ciencias y artes, sobre la posible integralidad humana más allá de prejuicios y
falsas limitaciones.
Fin
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