El mundo está lleno de cosas interesantes. Mi afirmación para nada es algo nuevo, ni novedoso. Pero de esos objetos que llaman la atención y controlan el alma de quienes dedican su vida en pleno a rescatarlos, catalogarlos y conservarlos ha bebido mucho la cultura de los pueblos.
La pasada 21 edición de la Feria Internacional del Libro tuvo, en uno de sus rinconcitos, toda una obra de loables propósitos. El libro “Holguín. Coleccionismo y museos”, del M. Sc. David Gómez y la Lic. Marlene Martínez es una rareza en el campo editorial cubano. Los poco entendidos han tratado de manera tan peyorativa al museo que requiere mucho entusiasmo, dedicación, y hasta resignación, mantener una trayectoria consecuente para las actividades donde se ve envuelto.
Los autores exhiben una larga experiencia entre vitrinas, anaqueles, fragancias químicas para la conservación, perspicacia en el trato de los donantes, más erudición y sagacidad en las relaciones con el público – por solo mencionar una parte ínfima del interminable conglomerado de actividades inherentes al coleccionismo y el museo.
El referido volumen realiza un estudio de la actividad en la ciudad de Holguín y en la provincia que, desde 1976, la reconoce como capital. Desde la propia Introducción quedan definidas con transparencia las rutas que el lector transitará por las páginas. La caracterización de la actividad es presentada a través de una periodización. Tres momentos en representación de tres épocas.
El “antecedente remoto”, según los autores, del siglo XIX. Aislado pero insoslayable por su significado museológico. Un museo nacido con los despojos que ambas partes dejaron sobre el terreno de lucha holguinero, durante el inicio de la primera guerra cubana por la independencia de España. Un “cañon” de cuero y madera, explotado en uno de sus primeros disparos, - mejor dicho, en el último -, expuesto como trofeo de guerra, tras el abandono de los atacantes mambises; mientras los pendones de los sitiados se exhibían con aires victoriosos. El primer museo holguinero respondía al discurso colonialista, así fue el primer museo holguinero.
La etapa de la “República”, plena de esfuerzos individuales y de sistematización en cuanto a las profundas ideas que acompañaron la labor museística en años posteriores. Eran insoslayables las figuras de Eduardo García Feria y su hijo, José Agustín García Castañeda. Tanto por el material rescatado, por su estudio y divulgación, como por el despego del último durante la etapa siguiente, cuando donó sus colecciones para las instituciones que surgían.
Finalmente, la etapa que ellos nombran la “Revolución”, con el museo abierto a las comunidades, haciendo las veces de símbolo identitario y de realidad, antes soñada y, al fin, realizada.
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El libro de Gómez y Martínez está nutrido con el entusiasmo y el orgullo de los protagonistas. No podía ser de otra manera. Son personas enamoradas de los logros de su esfuerzo y el de quienes los iniciaron en la labor y los han acompañado por mucho tiempo. Además de precisión informativa, el lector encontrará entusiasmo y sentido de pertenencia. Son los ingredientes imprescindibles cuando se diserta sobre frutos que uno mismo ha visto nacer.
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