Hay mitos que acrisolan a los
pueblos donde se engendran. Se entretejen con sus aconteceres épicos y
desbordan el sudor y el fruto en la faena del día a día. El pueblo cubano no
constituye excepción. Ha creado su imaginario a lo largo de sus siglos
formativos. Quizás una de las expresiones de legitimidad del sujeto social
diferente que un día surgió en este archipiélago sea la Virgen de la Caridad del Cobre.
Cachita, como se le conoce en
el argot popular, lleva en sí misma exponentes de la diversidad etnocultural
que le dio origen y que coincide con la de toda la nación. Todo entrelazado en
una hermosísima leyenda donde al hombre se le confiere un milagro en medio de
una denodada lucha contra la furia de los elementos que la naturaleza ha
desatado. ¿El escenario? La
Bahía de Nipe en el siglo XVII.
El lugar y los protagonistas
del suceso son reales. Hay suficientes documentos que lo prueban. Lo demás ha
encontrado cuna en el espíritu bueno de los cubanos. Pervive en el peregrinaje
de los devotos y en la curiosidad de los ateos. En virtud de esas cualidades
extiende su presencia de Maizí a San Antonio.
Sin embargo, no pocas veces ha
escapado de su posición en la espiritualidad criolla para mostrarse ante el
microscopio de los investigadores sociales. Esta virgen se muestra huidiza por
momentos, así lo hacía cuando la adoraban en el humilde bohío convertido en
ermita en la holguinera Barajagua. Ella sabe escapar para hacerse más
interesante a todos, incluidos los científicos. No hay uno a quien haya dejado
insatisfecho, tampoco les revela sus secretos de manera fácil. Solo quienes la
contemplan desde el prisma de pueblo consiguen obtener sus códigos.
José García de Arboleya, Samuel
Hazard, Fernando Ortiz, José Juan Arrom, Irene Wright, Rómulo Lachatañeré,
Ángela Peña, son solo algunos nombres entre los estudiosos que no han podido
sucumbir a su hechizo cognoscitivo. Tampoco consiguió evadir su influjo cautivante
la Dra. OlgaPortuondo Zúñiga. Poseída por el misterio de las interrogantes nos ha entregado
La vírgen de la Caridad del Cobre. Símbolo
de cubanía, que hoy presentamos en su tercera edición.
Olguita es bien conocida entre
nosotros, me ahorraré las descripciones curriculares. Una vez lo hice y empleé
muchísimo tiempo en la mención de sus logros académicos. Aun así, mi versión
fue incompleta.
Tras contrapunteos entre el fervor
más allá de lo humano y el radicalismo, quizás entre nosotros surja la duda
¿Habrán venido estos estudiosos incrédulos a deshacer el encanto del milagro? La Dra. Portuondo
esclarece:
No es
que pretenda despojar a la
Vírgen del Cobre de su misterioso atractivo, menos aun que
desaparezca el aliento trascendente que anima su culto; lo que se persigue es
el esclarecimiento de las acciones entre las cuales surgió y se afianzó la
devoción y las vías por las que transitó la imaginación colectiva para elaborar
esta saga.
Es imposible esperar otra
pretensión investigativa en quien ama a su pueblo. Ella ha indagado para
nutrir, todavía más, la personalidad histórico cultural que se ha apropiado de
este archipiélago del Caribe.
La
creencia de la Virgen
del Cobre no puede ser entendida como el simple producto de una conciencia
enajenada por la lucha del criollo en el mar y en la tierra; - plantea esta
santiaguera de toda Cuba - ante todo, es la más temprana y hermosa realización
poética en la que se simboliza el esfuerzo del hombre mestizo de amarillo, de
blanco y de negro para aprehender la Isla. Concertados
hombres de tres continentes en tierra cubana, dieron lugar a una concepción
religiosa que, en su esencia, expresa la maravillosa gestación de una cultura
propia.
Olguita penetra en nuestras
raíces. Mira el rostro actual de Cachita, maquillado a la usanza hispana y,
tras la primer capa del colorante, descubre otros rasgos, quizás aborígenes,
quizás africanos. La imagen corpórea que flotó en Nipe, en medio de la
tempestad, pudo venir de muchos lugares.
Los resultados de la ciencia arqueológica son contrastados por la autora en múltiples páginas. También los
deslumbradores orígenes de la vírgenes latinoamericanas y las que desembarcaron
de carabelas y galeones. Pero cosa rara. Al dilema religioso europeo de
buscarle o negarle espacio a la madre, donde solo caben el padre, el hijo y el
espíritu santo ella le encuentra una coincidencia con la adoración, que sentían
los hombres que en estas tierras andaban en taparrabos, por el ideal de
maternidad divina. Muchos cemíes de abultado vientre, con zanjas femínicas
entre sus muslos, se prestan a su confirmación.
La profesora también penetra en
la trilogía de los Juanes. Juan el Criollo, Juan el Negro y Juan el Indio,
según algunos. ¡Vaya casualidad! Se salvaron en el pequeño bote tres
componentes fundamentales de la cubanía. ¡Cuánto tiene de nosotros esta
leyenda!
A ella le confió todo el
Negrito de la Vírgen,
el que en medio de la maltrecha embarcación, une sus manos y mira al cielo
implorante. Juan Moreno, así se llamaba, porque éste es de carne y hueso y dejó
a la acuciosa investigadora su testimonio oral – el humilde hombre no sabía
escribir – fue recogido en pergaminos que quién sabe cómo se escribieron. Así
son las leyendas.
En las páginas que Olguita nos
entrega la Virgen
disfruta del diálogo. Relata cómo fue llevada a Santiago. Mejor dicho, a un
arrabal de Santiago. A la pureza cristiano católica del siglo XVII le era
difícil admitir que una imagen rodeada de milagros no recogidos en la Biblia se instalara en la
catedral de tan importante ciudad. Así de polémico era el mundo del lado de acá
del Atlántico para la comprensión de matriz europea.
Cachita pudo ser la Virgen del Arrabal. Todavía
más, puede hasta llamársele la
Vírgen de los Humildes, porque en el Cobre solo encontró
espacio en el altar de la capilla del hospital para los esclavos. Con ellos
luchó por la tierra, fue cimarrona y cuando el clarín de La Demajagua llamó a los
cubanos a filas, Cachita blandió el machete mambí.
¿Después? ¡Uh! Hay muchísimo
que contar. Pero quien quiera saberlo, que compre el libro.
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