Iberoamérica
surgió de la dependencia. Confesarlo duele, aun cuando parezca una verdad de
perogrullo. El estigma de la dependencia ha perseguido – y persigue todavía – a
la geografía humana identificada por Iberoamérica. ¿Será que solo confirmamos
nuestra personalidad en la dependencia?
La independencia
política trajo diversas formas de gobierno propio. Tiranías de campamento o con
camuflaje civil, procesos anárquicos mal estimulados y peor conducidos,
coaliciones que se desmembraban desde su esencia, nacionalismos con más
aspiraciones que sustento, movimientos sociales de proyección amplia y
contradictoria, socialismos truncos o que redireccionan su ruta y, los últimos,
los recién aparecidos, que se fortalecen exaltando sus especificidades. De todo
se ha dado en esta dinámica entre la dependencia y la independencia política.
Por encima
de todo predominan los pueblos que se reconocen legítimos en su variedad
cultural.
¿Cultura…
¡Nuevo campo
de dependencia!
Las
herencias son muy fuertes. Se reproducen día a día en la vida cotidiana, en ese
contexto donde se aceptan las actitudes sin reparar en su significado, por la
sencilla razón de constituir costumbres ancestrales.
Me refiero a
la dependencia cultural que portamos. En otro momento escribiré sobre la que
nos imponen.
Lo hago porque el primer principio liberador surge desde lo
interno, desde nosotros mismos. Jamás seremos independientes reproduciendo los
modelos heredados. La apropiación de la tradición debe ser, ante todo, crítica.
No pretendo
penetrar en polémicas conceptuales de larga data entre los iberoamericanos.
Pero, asentado en ellas, me tomo el atrevimiento de afirmar que en el pasado
hay una fuente de resemantización en su integralidad, tanto en lo digno y
heroico, como en lo menos deseable para los tiempos que soñamos y levantamos
piedra a piedra.
La
dependencia que debemos traspasar se manifiesta en el lenguaje que empleamos,
en la creación artística y literaria que se modela desde los cánones del
mercado, en la historiografía preocupada por los grandes hombres y de espaldas
a la masa, uniforme en su anonimato pero reticulada por heterogénea.
Esa
dependencia está presente, no pocas veces, hasta en las formas de concebir la
emancipación de la dependencia. Depender de modelos importados para la quimera
desarrollista es descontextualizarlos y convertirnos en meros copistas.
La
creatividad genuina, afincada en nuestras realidades resulta imprescindible.
Nuestro cambio cultural clama por este contenido.
Tal
reconocimiento es necesario para abrir paso a la otra independencia. Nuestra
escuela es la vida. En ella se forman las ideas iberoamericanas, sin
intenciones extremas de constituirse en sapiencia crítica, pero conscientes en
distanciarse de una conciencia conformista.
Las
concepciones que nos guíen, para romper la dependencia cultural, han de ser
comprensivas aunque no resignadas. Sin aceptar la debilidad de la que partimos
jamás desaparecerá nuestra dependencia.
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