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viernes, octubre 24

3 precauciones para evitar las guerras por el agua



Las guerras por el agua pueden convertirse en el tema preferido de los historiadores en pocos años. Digo, si queda algún historiador para contarlas, porque la falta del preciado líquido es más letal que una explosión nuclear. De la explosión atómica algunos se pueden librar en refugios construidos al efecto. Sin embargo, el ser humano apenas sobrevive unos pocos días si el estado  sediento se prolonga. 

Lo peor es que la carencia se volverá contra quienes controlen las fuentes en el instante donde la desesperación llegue al clímax y se desate, con toda crudeza, una guerra por el agua.
Concebir a esa vivificante combinación de átomos de oxígeno e hidrógeno como el motivo de un conflicto bélico tiene varias aristas que provocan opiniones encontradas en quienes habitamos el globo terráqueo en el presente.

Los que no creen en las guerras por el agua

Para algunas personas la sola mención de las guerras por el agua es puro alarmismo. Una serie de factores propician esa actitud. Entre los más divulgados aparecen: 

·        La última guerra por el agua ocurrió 4 500 antes del presente entre las ciudades estado sumerias de Lagash y Umma. Después no se ha producido otra guerra por el agua, teniendo en cuenta el significado más ortodoxo de la palabra.
·        A juzgar por la historia, la mayoría de los conflictos por el agua se han resuelto por métodos pacíficos y no mediante la guerra.
·        La capacidad de la naturaleza para autorregenerarse frente al cambio climático.
·        Los pronósticos para que las reservas mundiales se agoten y los conflictos actuales lleguen a caldearse de manera que produzcan una ruptura de hostilidades, no muestran inmediatez y los más optimistas confían en el desarrollo científico técnico para encontrar recursos que permitan depender de fuentes poco explotadas hasta hoy.
·        Existe suficiente agua en el planeta para cubrir la demanda y hay tiempo para planificar mejor su gestión y explotación.
·        La colaboración entre pueblos y gobiernos puede solventar los espacios y momentos más críticos del proceso.
·        Los motivos para las guerras siempre se enmascaran y, llegado el momento, nadie alegará la falta de agua como causa de la guerra.  Se tomarán otras historias como la existencia de "armas de destrucción masiva" que después no se aparecerán, "armas biológicas" que sólo existirán en algunas mentes enfermas y cosas por el estilo. La guerra nunca se declararía, expresamente, por el agua.
·        La despreocupación porque tales problemas no serán enfrentados por las actuales generaciones, entonces ¿para qué alarmarse?

No obstante, también existen elementos que contradicen tales afirmaciones.
Los “preparativos” para las guerras por el agua

La potencialidad de las guerras por el agua existe en muchas mentes, aun en las de los sectores más reaccionarios. Buena parte de sus acciones del presente están encaminadas a lograr posiciones ventajosas para cuando llegue el momento más crítico y de esa forma sufrir en lo mínimo sus consecuencias.

El pasado 28 de julio el Financial Times dejaba al descubierto parte de esta trama:

El británico promedio apenas conoce el río Nar, […] a unos 160 kilómetros al norte de Londres. […] tiene el aspecto de una zanja, gracias a décadas de re-encauzamiento que lo dejaron tan recto y angosto que sus aguas turbias pueden cruzarse con un solo paso. […]
Pero el río es importante para Coca-Cola porque corre por un área que suministra una buena parte de la remolacha azucarera que la empresa utiliza para endulzar las bebidas que vende en el Reino Unido. 

La Coca-Cola ha invertido 1,2 millones de libras para el saneamiento del menguado torrente. Otro tanto ha ocurrido en Chile, donde las empresas Rio Tinto y BHP Billiton financiaron un proyecto de desalinización de agua de mar para el suministro a explotaciones mineras relacionadas con el cobre.

Enmascarando sus verdaderas intenciones y, bajo el pretexto de “preocuparse por los problemas ambientales”, en  otros territorios iberoamericanos  ocurren situaciones similares. El caso más conocido es el llamado Manto Acuífero Guaraní, enorme reserva en el subsuelo de Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil.

Hasta 1997 las investigaciones  eran realizadas por las universidades de Santa Fe y Buenos Aires, la de Uruguay y otras universidades públicas Brasileñas. A partir de entonces el proyecto pasó a financiarse por el Banco Mundial y comenzaron las suspicacias. La presencia cíclica en el área del Comandante Sur del Ejército de Estados Unidos y la afirmación del Departamento de Estado sobre la presencia de terroristas en el área, se unían a las declaraciones para medir  la magnitud del agua almacenada en la cuenca, asegurar su  uso sustentable, prevenir la contaminación y “mantener un control permanente hasta tanto se considere conveniente”. 

Quizás el paso más controvertido que ya ha originado serios conflictos en América Latina, ha sido la conversión del agua en mercancía. A partir de 1981 el gobierno chileno, encabezado por Pinochet, promulga un Código de Aguas que separa al apreciado elemento de la tierra y lo define como un bien económico transable en el mercado. Pronto las trasnacionales despojaron a los humildes cultivadores chilenos Coquimbo de la propiedad de la tierra y comenzaron su explotación con fines comerciales.

Tal vez el caso más álgido fue el de los disturbios ocurridos en la ciudad boliviana de Cochabamba, durante los meses comprendidos entre enero y abril de 2000, por la privatización del suministro de agua potable a favor de un consorcio trasnacional enmascarado bajo el nombre de Aguas de Tunari. La movilización social   llegó a tal magnitud que el gobierno de Hugo Banzer se vio obligado a rescindir el contrato con la corporación.

Las precauciones contra las guerras por el agua

Cualquier prevención debe comenzar en el terreno gubernamental. Son las políticas ambientales que contemplen los intereses de toda la sociedad y de los distintos países que se vean involucrados en las secuelas del cambio climático las que pueden encauzar por terreno pacífico las soluciones. Sus decisiones deben estar ajenas a intereses geopolíticos  y contribuirán al surgimiento de un cuerpo jurídico internacional capaz de presentar recursos consecuentes ante cada situación. 

La segunda esfera de acción está en la medición objetiva del impacto ambiental de las distintas actividades que realizan las sociedades para elaborar un pronóstico objetivo y oportuno que permita revertir, en lo fundamental, los daños causados al medio ambiente.
Finalmente, se imponen una nueva cultura y, en especial, un pensamiento ambientalista, que conlleven a la revisión de tradiciones, concepciones y rutinas de la vida cotidiana de los pueblos. Buena parte de esta tarea está reservada a la educación ambientalista que se implemente de manera inmediata. 

Quizás con la asunción de tales principios no sea preciso escribir la historia de las guerras por el agua.

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