Las
guerras por el agua pueden convertirse en el tema preferido de los
historiadores en pocos años. Digo, si queda algún historiador para contarlas,
porque la falta del preciado líquido es más letal que una explosión nuclear. De
la explosión atómica algunos se pueden librar en refugios construidos al
efecto. Sin embargo, el ser humano apenas sobrevive unos pocos días si el
estado sediento se prolonga.
Lo
peor es que la carencia se volverá contra quienes controlen las fuentes en el
instante donde la desesperación llegue al clímax y se desate, con toda crudeza,
una guerra por el agua.
Concebir
a esa vivificante combinación de átomos de oxígeno e hidrógeno como el motivo
de un conflicto bélico tiene varias aristas que provocan opiniones encontradas
en quienes habitamos el globo terráqueo en el presente.
Los que no creen en las guerras por el agua
Para algunas personas la sola mención de las guerras por el
agua es puro alarmismo. Una serie de factores propician esa actitud. Entre los
más divulgados aparecen:
·
La
última guerra por el agua ocurrió 4 500 antes del presente entre las ciudades
estado sumerias de Lagash y Umma. Después no se ha producido otra guerra por el agua, teniendo en cuenta
el significado más ortodoxo de la palabra.
·
A
juzgar por la historia, la mayoría de los conflictos por el agua se han
resuelto por métodos pacíficos y no mediante la guerra.
·
La
capacidad de la naturaleza para autorregenerarse frente al cambio climático.
·
Los
pronósticos para que las reservas mundiales se agoten y los conflictos actuales
lleguen a caldearse de manera que produzcan una ruptura de hostilidades, no
muestran inmediatez y los más optimistas confían en el desarrollo científico técnico para encontrar recursos que permitan depender de fuentes poco
explotadas hasta hoy.
·
Existe
suficiente agua en el planeta para cubrir la demanda y hay tiempo para
planificar mejor su gestión y explotación.
·
La
colaboración entre pueblos y gobiernos puede solventar los espacios y momentos
más críticos del proceso.
·
Los
motivos para las guerras siempre se enmascaran y, llegado el momento, nadie
alegará la falta de agua como causa de la guerra. Se tomarán otras historias como la existencia
de "armas de destrucción masiva" que después no se aparecerán,
"armas biológicas" que sólo existirán en algunas mentes enfermas y
cosas por el estilo. La guerra nunca se declararía, expresamente, por el agua.
·
La
despreocupación porque tales problemas no serán enfrentados por las actuales
generaciones, entonces ¿para qué alarmarse?
No obstante, también existen elementos que contradicen tales
afirmaciones.
Los “preparativos” para las
guerras por el agua
La potencialidad de las guerras por el agua existe en muchas
mentes, aun en las de los sectores más reaccionarios. Buena parte de sus
acciones del presente están encaminadas a lograr posiciones ventajosas para
cuando llegue el momento más crítico y de esa forma sufrir en lo mínimo sus
consecuencias.
El pasado 28 de julio el Financial
Times dejaba al descubierto parte de esta trama:
El británico promedio apenas conoce
el río Nar, […] a unos 160
kilómetros al norte de Londres. […] tiene el aspecto de
una zanja, gracias a décadas de re-encauzamiento que lo dejaron tan recto y
angosto que sus aguas turbias pueden cruzarse con un solo paso. […]
Pero el río es importante para Coca-Cola porque corre por un área que suministra una buena parte de la remolacha azucarera que la empresa utiliza para endulzar las bebidas que vende en el Reino Unido.
Pero el río es importante para Coca-Cola porque corre por un área que suministra una buena parte de la remolacha azucarera que la empresa utiliza para endulzar las bebidas que vende en el Reino Unido.
La Coca-Cola ha invertido 1,2 millones
de libras para el saneamiento del menguado torrente. Otro tanto ha ocurrido en
Chile, donde las empresas Rio Tinto y BHP Billiton financiaron un proyecto de
desalinización de agua de mar para el suministro a explotaciones mineras
relacionadas con el cobre.
Enmascarando
sus verdaderas intenciones y, bajo el pretexto de “preocuparse por los
problemas ambientales”, en otros
territorios iberoamericanos ocurren
situaciones similares. El caso más conocido es el llamado Manto Acuífero
Guaraní, enorme reserva en el subsuelo de Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil.
Hasta 1997
las investigaciones eran realizadas por las universidades de
Santa Fe y Buenos Aires, la de Uruguay y otras universidades públicas Brasileñas.
A partir de entonces el proyecto pasó a financiarse por el Banco Mundial y comenzaron
las suspicacias. La presencia cíclica en el área del Comandante Sur del
Ejército de Estados Unidos y la afirmación del Departamento de Estado sobre la
presencia de terroristas en el área, se unían a las declaraciones para
medir la magnitud del agua almacenada en
la cuenca, asegurar su uso sustentable,
prevenir la contaminación y “mantener un control permanente hasta tanto se
considere conveniente”.
Quizás el paso más controvertido que
ya ha originado serios conflictos en América Latina, ha sido la conversión del
agua en mercancía. A partir de 1981 el gobierno chileno, encabezado por
Pinochet, promulga un Código de Aguas que separa al apreciado elemento de la
tierra y lo define como un bien económico transable en el mercado. Pronto las
trasnacionales despojaron a los humildes cultivadores chilenos Coquimbo de la
propiedad de la tierra y comenzaron su explotación con fines comerciales.
Tal vez el caso más álgido fue el de los
disturbios ocurridos en la ciudad boliviana de Cochabamba, durante los meses
comprendidos entre enero y abril de 2000, por la privatización del suministro
de agua potable a favor de un consorcio trasnacional enmascarado bajo el nombre
de Aguas de Tunari. La movilización social
llegó a tal magnitud que el gobierno de Hugo Banzer se vio obligado a
rescindir el contrato con la corporación.
Las precauciones contra las guerras por el agua
Cualquier prevención debe comenzar
en el terreno gubernamental. Son las políticas ambientales que contemplen los
intereses de toda la sociedad y de los distintos países que se vean
involucrados en las secuelas del cambio climático las que pueden encauzar por
terreno pacífico las soluciones. Sus decisiones deben estar ajenas a intereses
geopolíticos y contribuirán al
surgimiento de un cuerpo jurídico internacional capaz de presentar recursos
consecuentes ante cada situación.
La segunda esfera de acción está en
la medición objetiva del impacto ambiental de las distintas actividades que
realizan las sociedades para elaborar un pronóstico objetivo y oportuno que
permita revertir, en lo fundamental, los daños causados al medio ambiente.
Finalmente, se imponen una nueva
cultura y, en especial, un pensamiento ambientalista, que conlleven a la
revisión de tradiciones, concepciones y rutinas de la vida cotidiana de los
pueblos. Buena parte de esta tarea está reservada a la educación ambientalista
que se implemente de manera inmediata.
Quizás con la asunción de tales
principios no sea preciso escribir la historia de las guerras por el agua.
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