Ninguna cultura admite el cuestionamiento de los rasgos que la caracterizan. De ahí que América Latina sorprendió al mundo en el siglo XX, cuando negó la universalidad de la cultura europea y proclamó dicho carácter para la cultura americana. La filosofía de la liberación había hecho acto de presencia.
Hasta ese momento, en pocos lugares se había realizado tal inversión en las visiones del hombre. Era común hasta entonces, aceptar las raíces europeas en virtud de su presencia como componente en todas y cada una de las sociedades que habitan el planeta. Realmente, la fuerza colonizadora europea había dispersado por el mundo no pocos de sus rasgos. Gran parte de ellos cobraron legitimidad en los escenarios colonizados mediante la imposición, con pleno desdoro de los elementos castizos de tales ámbitos.
La filosofía de la liberación, como movimiento intelectual surgido en Argentina y pronto extendido al resto de Latinoamérica, resultó un ente redefinidor de la historia y el pensamiento latinoamericano.
Sus propuestas albergaron profundos cambios en los juicios de valor y en las concepciones generales. A no dudar, el centro de su preocupación radicaba en pensar la categoría filosófica en que se puede expresar la liberación latinoamericana.
Para nadie resulta extraño que corrientes de pensamiento emanadas de Europa, luego resultan casi irreconocibles cuando se instauran en territorio al oeste del Atlántico. Las realidades a que se aplican resultan muy diferentes.
A manera de ejemplo, el pensamiento ilustrado nutrió las ideas bolivarianas, pero sirvió para soluciones muy diferentes a las obtenidas con él dentro del viejo continente. Sin dudas, la especificidad del contexto iberoamericano jugó esta mala pasada a pensadores arraigados en la pretendida “cuna de las civilizaciones”.
Entre quienes hurgan en sus fuentes teóricas los hay que dividen las influencias. En efecto, Europa aportó múltiples concepciones a la conformación de la filosofía de la liberación. El historicismo dejó su huella con las ideas relativistas de Dilthey, cuando interpreta la historia a través de la experiencia vivida.
Debe considerarse a Spengler, con su teoría de la historia como una sucesión de civilizaciones irrepetibles y al propio Ortega y Gasset cuando acepta al hombre mirando al mundo desde su perspectiva.
También la fenomenología dejó su impronta en la filosofía de la liberación. El método de Husserl es asumido al emprender la investigación de los fenómenos, más como proceso conceptual que empírico.
Otras corrientes que en nada ceden su importancia, fueron el existencialismo, freudismo, neomarxismo de la Escuela de Frankfurt y el hegelianismo.
Para los estudiosos que han realizado esta sistematización, la legitimidad de las fuentes latinoamericanas se expresa en cada una de las generaciones de quienes antecedieron al movimiento de la filosofía de la liberación.
Los llamados fundadores recogieron la preocupación por una filosofía latinoamericana original. Mientras la llamada normalización filosófica lo hizo en virtud de asignarle a la cultura la función de enfatizar lo universal como meta de un ejercicio de la filosofía. Finalmente, la llamada generación teórica que, sobre la base de la “normalidad” lograda, solo quedaba la realización de filosofía auténtica.
Con ellos se preparó el camino para que la filosofía de la liberación nos brinde su peculiar firma de explicar la realidad latinoamericana sobre la base de sus propias concepciones. Ella misma constituyó un reto, un logro y una contradicción.
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