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viernes, marzo 11

La enfermedad del continente

El mestizaje ha sido condenado. Para algunos, es una cualidad satánica, un lastre en los pueblos que encuentran su personalidad histórica en él. Entre tantas cosas, se le responsabiliza con el atraso latinoamericano. Es una degeneración racial que conlleva a la inferioridad cultural.

Durante las primeras décadas del siglo XX, cuando buena parte de la intelectualidad latinoamericana buscaba explicaciones al precario ambiente donde vivía, acudió a teorías como la descrita, que atravesaron el Atlántico, procedentes de los centros de poder europeos y norteamericanos.


La preocupación por el progreso es legítima. Cuando la ruta de los pueblos carece de una brújula que lo señale, es comprensible y válida la búsqueda de las razones que han conducido al retraso en la conquista de la llamada “civilización”. Sin dudas, el conocimiento de las causas permite la búsqueda de soluciones.

Sin embargo, la apropiación de cualquier teoría siempre requiere de una actitud crítica. El diálogo detenido con sus planteos fundamentales, ha de aquilatar sus bondades y desechar los elementos con signo regresivo. En la época de referencia, esta parte del mundo albergó a algunos historiadores poco dispuestos a exámenes con esa óptica. En consecuencia, múltiples concepciones positivistas e irracionalistas, sobre todo relacionadas con la filosofía de la vida, propugnada por Nietzche, fueron asumidas sin mayor preocupación.

La obra del historiador boliviano Alcides Arguedas es un ejemplo de la producción científica basada en tales presupuestos. “Pueblo enfermo”, tituló al libro donde expone con mayor claridad los principios que regían en su pensamiento.

Arguedas tuvo una activa participación en las luchas intestinas bolivianas de finales del XIX. Luego, encaminó su vida dentro del contexto diplomático, de tal modo, por largas temporadas Bolivia quedó a sus espaldas para adentrarse en el brillo de las capitales europeas. Los indiscutibles avances que experimentaba aquel ámbito lo deslumbraron.

Como amante de su tierra, se cuestionaba las desigualdades y, en busca de responsables, la acusación cayó sobre el indígena. En el fondo, los prejuicios raciales hicieron mella en su espíritu.




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Cuando Arguedas buscaba motivos, encontraba satisfacción a su interés con tópicos como la ubicación geográfica, el clima y, por supuesto, la inferioridad racial. Vació estas ideas en sus novelas históricas y en las versiones historiográficas sobre los acontecimientos bolivianos. Así quedó signada su “Historia general de Bolivia, el proceso de la nacionalidad (1809 – 1921)” que fuera impreso en Barcelona, cuando corría el año 1922.

Su concepción historiográfica era regida por el papel de los grandes hombres. El pueblo, mestizo en altas proporciones, aparecía en sus libros solo para recibir epítetos de “chusma”, “plebe” y la “cabeza del monstruo”. Quizás desorientado entre los distantes extremos donde se movió la historia boliviana tras la independencia, analizaba el proceder de las personalidades de manera tan contradictoria que dejaba escasos elementos para tomar partido de manera objetiva. Tal resultaba su pesimismo.

Él careció de la sensibilidad imprescindible para beber en las obras con signo totalmente diferente, que salían al unísono con las suyas. Me refiero a libros como “Nuestros indios”, producto del ingenio del peruano Manuel González Prada, que vió la luz en 1908, y “La raza cósmica: misión de la raza iberoamericana”, publicada en 1925 por el mejicano José Vasconcelos, por solo mencionar dos de ellos.

La búsqueda de lo auténticamente nacional discurre, en ocasiones, por vericuetos intrincados, donde la esencia puede desnaturalizarse y el fruto final es totalmente contrario al propósito de la indagación. Es imposible reducir la historiografía a sus componentes y subestimar los elementos de cientificidad, cosmovisión y humanistas que también moldean sus funciones.

lunes, marzo 7

Más de 25 Miradas en Holguín



Ocho minutos largos, pero también insuficientes. “25 Miradas”, la serie de cortos argentinos dedicados al bicentenario del inicio de la lucha por la emancipación del coloniaje español, nos dejaba con ganas de seguir viendo. Los 200 minutos totales transcurrieron muy rápido, pero también demasiado prolongados, su intensidad requería descanso reflexivo para captar toda la intención de los realizadores de esta heterogénea muestra.

La introspección argentina, en su poética de conceptos densos, dejó en el público holguinero cierta sensación de falta de información “acerca del quiénes quisimos ser y del quiénes hemos sido” que expone cada uno de los cortos, preparados por realizadores del cono sur, bajo el auspicio de la Secretaría de Cultura de la Nación, junto a la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

Fueron realizados por Adrián Caetano, Pablo Trapero, Marcos Carnevale, Albertina Carri, Paula de Luque, Inés de Oliveira Cézar, Sabrina Farji, Leonardo Favio, Pablo Fendrik, Sandra Gugliotta, Paula Hernández, Juan José Jusid, Víctor Laplace, Alberto Lecchi, Lucrecia Martel, Mausi Martínez, Néstor Montalbano, Celina Murga, Gustavo Postiglione, Lucía y José Puenzo, Carlos Sorín, Juan Bautista Stagnaro, Juan Taratuto, Gustavo Taretto, y Ricardo Wullicher

El cruce con la realidad “del qué somos y con la utopía del qué seremos” deja abierta una puerta a la búsqueda de las interioridades de aquel pueblo, durante los años transcurridos entre los inicios del siglo XIX y este primer decenio del XXI. Se requiere conocer al argentino más de cerca. Sus sufrimientos han sido largos, complejos, intensos, a veces, hasta lejanos de nuestra realidad.

No basta la divulgación en la prensa sobre los hechos principales de aquel acontecer. Por momentos, el espectador quisiera ser argentino, para comprenderlo mejor y… no serlo, para evitar el sufrimiento. Largo es el camino andado. Las síntesis dan la esencia, pero pierden la vivencia.



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Mueve a la simpatía el optimismo de muchos directores. También la entrega de los actores y los recursos expresivos de la edición. La muestra es un huracán de emociones que uno quisiera aprehenderlo en sus detalles mínimos. ¿Cuánto hay repitiéndose en otros lares latinoamericanos?

La Feria Internacional del Libro sirvió para que la Casa de Iberoamérica incorporara la muestra a sus actividades. Aprovechando el horario nocturno de “Un espacio para la poesía”, la pantalla se instaló en el exterior de la institución y fue un imán que captó las conciencias, independientemente de su poca estructura férrica. Pocas caras dejaron de mostrar la reflexión del alma que reflejaban.

¡Cuan diverso es el bicentenario!