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lunes, diciembre 23

Palabras en la conmemoracion del 32 aniversaro de la UNEAC holguinera



Invitados y colegas:
Todavía con el espíritu festivo que nos dejara la celebración del Día del trabajador de la cultura  enfrentamos ya la conmemoración del aniversario 32 de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba
(UNEAC) holguinera. A fuerza de reiterarse, las conmemoraciones han ganado entre nosotros cierto hálito ladrillesco. Si tienen paciencia intentaré revelarles la naturaleza pública de este ladrillo.
Nuestra Unión surgió en Holguín por una sabia combinación de factores. La demarcación llegó a la era iniciada en 1959 con indicadores culturales poco alentadores: inexistencia de una política cultural, creación mayormente confinada a las sociedades de instrucción y recreo, exacerbados propósitos mercantilistas en la promoción del arte, necesidad del mecenazgo para subsistir en el medio, analfabetismo superlativo que dificultaba la comprensión de los códigos en determinadas manifestaciones artísticas… El listado de rasgos deprimentes es extenso en extremo.
Ahora bien, mi intención dista de hacer tabla rasa en la comprensión del pasado y rechazo cualquier tentativa de presentar, la escasa ventura contenida en esos atributos, como la extensión de la Edad de Piedra a la comarca mencionada. Tampoco pretendo exaltar los hechos pretéritos para presentarlos como el non plus ultra de la creación artística y literaria regional.[1]
En las dos últimas décadas se han publicado por Ediciones Holguín y La Mezquita varios estudios que tienen en cuenta la heterogeneidad de aquel contextoy, desde ese fundamento, brindan una visión más integradora de su realidad cultural. Me refiero a títulos como Holguín: Coleccionismo y museos; Los senderos de la luz. Aproximaciones al estudio de la poesía holguinera (1927-1989); Del sueño a la esperanza; La música en Holguín; La novia del aire; Del hecho al dicho, entre otros[2].
Sobre esta tierra nuestra en 1959 había teatros, cines, emisoras de radio, circulaban periódicos, revistas y existían distintos escenarios para el arte. Eran privados, cobraban precios altos, pero se mantenían en virtud de los creadores y de centenares de personas solventes dispuestas a pagar la entrada. Por esos escenarios habían pasado figuras de renombre internacional. Todavía más, el hombre humilde también poseía su cultura de raíces populares. Solía ser una cultura analfabeta, que se reproducía, en términos generales, dentro de cánones vernáculos tradicionales. Estaba desconectada de las manifestaciones aceptadas como las cotas elites en la medición de la creación artística y literaria. Pero nadie puede albergar dudas: se trataba de una cultura, establecía la imprescindible diferencia entre sociedad y manada.
En medio de la diversidad e inequidad, el proceso de creación artística y su reproducción se atomizaron en nichos diversos que pudieron interconectarse o no, en virtud de la exclusión, la alienación o la falta de voluntad para tender los senderos comunicadores. Esto no niega la existencia de una tradición cultural centenaria, atrapada en sus costumbres, la memoria oral y también en la producción más cercana a la “academia”.En este suelo, como en toda Cuba, hubo personas de vergüenza, enamoradas del arte y amantes de sus semejantes, que con gran esfuerzo, intentaron romper esos estancos. Su faena, en aquellos tiempos, no fue premiada con el impacto deseado desde el punto de vista social, pero tampoco debemos castigarlas  hoy,  ignorándolas. Su labor primigenia sirvió de base para el gran salto. Constituye el primer ladrillo para el surgimiento de la Unión.
Todo comenzó con quienes querían tanto a Cuba y a Holguín, que ningún lugar del mundo, por muchas facilidades que brindara, pudo arrancarlos de su aldea-universo. Enero de 1959 destapó las esperanzas de aquellos empecinados soñadores y sirvió para que sudaran con renovados bríos junto a los nuevos entusiastas. Los promotores, creadores y el público capaz de solicitarlos y premiarlos con su aplauso surgen a largo plazo, son mucho más que un milagro de la noche a la mañana. Únicamente así es entendible la materialización de los tempraneros intentos de extender las artes en este ámbito.
Si mencionáramos a sus protagonistas, serían muchos los nombres y mayores los olvidos. Pero estas palabras no están pensadas para erigir pedestales personales, dediquémoselos a la brega colectiva y al mérito compartido, las almas nobles tienen la virtud de reconocer su gloria hasta en una migaja y agradecerla; son como los bardos de la campiña, que entregan sus décimas al viento y solo las ven bienvivir cuando una voz ajena las entona.
Cual segundo ladrillo para el cimiento, con la policromía de 1959 llegó otra concepción para la creación y promoción del arte: todos tenían acceso a él, quien mostrara aptitudes e interés,que las desarrollara y podría realizarse como artista.Pero no era obligatorio que todo el mundo se convertiera en artista. Quienes nada más poseían el gusto, se apropiaban de los códigos del arte y pasaban a formar parte del público conocedor, capaz de disfrutar y valorar con justeza cualquier manifestación. Para que el arte adquiera plenitud, requiere socialización y en ella es imprescindible el público. Formarlo es tarea de la educación artística, la crítica especializada y la propia promoción. Tal es la esencia de una cultura de masas.
Tamaña ambición requería un despunte insospechado. Las instituciones culturales se apoderaron del paisaje holguinero. Fueron el tercer ladrillo de nuestra zapata.Para decirlo en términos castizos, que es con los que mejor nos entendemos, fueron más prolíferas y útiles, por supuesto, que el bazarillo. El reto de enumerarlas puede conllevar a más errores que pompas. Sin embargo, sus mejores frutos están hoy en este patio.
Ese fue el resultado de la unión entre los creadores más antiguos y los nuevos entusistas. Juntos, formaron una vanguardia artística que buscó el reconocimiento, no solo entre los amantes del arte del territorio, sino entre las instancias de la Unión que desconocían la existencia de la nueva hornada. A ese ladrillo había que trepar.
Como parte de la antigua provincia de Oriente, Holguín nunca vio surgir la organización en su ámbito. Tuvo que convertirse en provincia en 1976 y adquirir el perfil de laguna organizacional para hacerse notar. Varias de la nuevas provincias corrieron similar suerte. No obstante, la vida cultural pujaba entre los caudales del Jigüe y el Marañón. En enero de 1986 se celebró al primera Jornada de la cultura holguinera y se entregó por vez primera el Premio de la Ciudad. Varios invitados a integrar los jurados pudieron aquilatar la muestra de creación que se presentó al concurso. Una opinión favorable a los creadores del teritorio se conformaba en la Dirección nacional de la Unión.
Así llegó el 23 de diciembre de 1987 y el acto fundacional, como ladrillo cimero. También aparecieron las nuevas tareas. Todas llevaron el sello de la inconformidad y el ansia renovadora. Hubo no pocas declaraciones contra “El discurso artístico de tono apologético y moralizante, carente de búsquedas y problematización, basado en fórmulas rudimentarias de dudosa eficacia movilizativa”[3]. Debía primar el destierro de las viciadas prácticas empleadas en los años precedentes. “La falta de una crítica sistemática y vigorosa, la ausencia de una atmósfera propicia al debate y el espíritu de grupo, condujeronal extremo de utilizar la crítica como ajuste de cuentas o como muestra deciego amiguismo (…) dañó la integridad del criticado del mismo modo quedeterioró la imagen del crítico y el protagonismo de su función”[4].
Después vino el periodo especial y la necesidad de pervivir.
A las puertas del siglo XXI apareció una noción limpia del papel de la cultura en la identidad nacional. Era un nuevo ladrillo de la interminable senda que emprendiera la Unión.
Desde entonces ha tomado cuerpo una concepción que responde en lo fundamental a las ideas del héroe nacional cuando comparaba la riqueza sentimental en la obra de los poetas franceses, posteriores a la muy radical revolución efectuada en aquellas tierras, con la de los españoles, donde el proceso fue más conservador y los sentimientos más tibios. “Para sacudir  todoslos  corazones  con las vibraciones  del propio  corazón,  es preciso  tenerlos  gérmenes  e inspiración  de la humanidad.  Para  andar  entre  lasmultitudes,  de cuyos  sufrimientos  y alegrías  quiere hacerse intérprete,el poeta ha de oír todos los suspiros,  presenciar  todas las agonías, sentirtodos los goces, e inspirarse  en las pasiones comunes a todos.  Principalmente es preciso vivir entre los que sufren.  Por grande que sea el poeta,antes de que pueda encontrar  los sonidos  vigorosos  que alienan  loscorazones,  anuncian  los grandes  sucesos  y los inmortalizan,  fuerza es que el pueblo goce, bendiga,  maldiga,  espere y condene.  Sin estascondiciones,  el poeta es planta tropical  en clima frio.  No puede florecer.”[5]
Si sustituimos el sustantivo poeta por el de artista,nos percatamos de que, solo bajo ese principio,la cultura se convierte en el ladrillocapaz de salvar naciones. Esa es la senda que la Unión debe transitar en los tiempos que corren.
Muchas gracias.


[1]Ver David Gómez y Minervino Ochoa:Albores de la UNEAC en Holguín,Dictus Publishing, Saarbrücken, 2016, pp. 13 y 14.
[2]VerDavid Gómez y Marlene Martínez. Holguín:Coleccionismo y museos, Editorial La Mezquita, Holguín, 2011; Yoiner Díaz, Carolina Gutiérrez y Minervino Ochoa: Del hecho al dicho, Ediciones Holguín, Holguín, 2011; María Elena Infante Miranda yMaricela Messeguer Mercadé: Los senderos de la luz. Aproximaciones al estudio de la poesíaholguinera (1927-1989), Ediciones Holguín, Holguín, 2000; los trabajos de Zenovio Hernández: Delsueño a la esperanza, Ediciones Holguín, Holguín, 1994; y La música en Holguín, Ediciones Holguín,Holguín, 2001. También presenta similares características el que realizó junto a Joaquín Osorio: Lanovia del aire, Ediciones Holguín, Holguín, 2004.
[3] “Para una reflexión práctica”, en Granma, La Habana, miércoles 27 de enero de 1988, Año 24, No.
22, p. 4.
[4]Idem.
[5]José Martí: Obras completas, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2002, t. 15, p. 29, edición multimedia.

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