Invitados
y colegas:
Todavía
con el espíritu festivo que nos dejara la celebración del Día del trabajador de la cultura
enfrentamos ya la conmemoración del aniversario 32 de la Unión Nacional de
Escritores y Artistas de Cuba
(UNEAC) holguinera. A fuerza de reiterarse, las
conmemoraciones han ganado entre nosotros cierto hálito ladrillesco. Si tienen
paciencia intentaré revelarles la naturaleza pública de este ladrillo.
Nuestra
Unión surgió en Holguín por una sabia combinación de factores. La demarcación
llegó a la era iniciada en 1959 con indicadores culturales poco alentadores:
inexistencia de una política cultural, creación mayormente confinada a las
sociedades de instrucción y recreo, exacerbados propósitos mercantilistas en la
promoción del arte, necesidad del mecenazgo para subsistir en el medio,
analfabetismo superlativo que dificultaba la comprensión de los códigos en
determinadas manifestaciones artísticas… El listado de rasgos deprimentes es
extenso en extremo.
Ahora
bien, mi intención dista de hacer tabla rasa en la comprensión del pasado y rechazo cualquier tentativa de presentar, la escasa ventura
contenida en esos atributos, como la extensión de la Edad de Piedra a la comarca mencionada.
Tampoco pretendo exaltar los hechos pretéritos para presentarlos como el non plus ultra de la creación artística
y literaria regional.[1]
En las
dos últimas décadas se han publicado por Ediciones
Holguín y La Mezquita varios estudios que tienen en cuenta la heterogeneidad de
aquel contextoy, desde ese fundamento, brindan una visión más integradora de su
realidad cultural. Me refiero a títulos como Holguín: Coleccionismo y museos; Los senderos de la luz. Aproximaciones al
estudio de la poesía holguinera (1927-1989); Del sueño a la esperanza; La
música en Holguín; La novia del aire; Del hecho al dicho, entre otros[2].
Sobre esta
tierra nuestra en 1959 había teatros, cines, emisoras de radio, circulaban
periódicos, revistas y existían distintos escenarios para el arte. Eran
privados, cobraban precios altos, pero se mantenían en virtud de los creadores
y de centenares de personas solventes dispuestas a pagar la entrada. Por esos
escenarios habían pasado figuras de renombre internacional. Todavía más, el
hombre humilde también poseía su cultura de raíces populares. Solía ser una
cultura analfabeta, que se reproducía, en términos generales, dentro de cánones vernáculos tradicionales. Estaba
desconectada de las manifestaciones aceptadas como las cotas elites en la medición
de la creación artística y literaria. Pero nadie puede albergar dudas: se
trataba de una cultura, establecía la imprescindible diferencia entre sociedad
y manada.
En
medio de la diversidad e inequidad, el proceso de creación artística y su
reproducción se atomizaron en nichos diversos que pudieron interconectarse o
no, en virtud de la exclusión, la alienación o la falta de voluntad para tender
los senderos comunicadores. Esto no niega la existencia de una tradición
cultural centenaria, atrapada en sus costumbres, la memoria oral y también en la producción más cercana a la “academia”.En este
suelo, como en toda Cuba, hubo personas de vergüenza, enamoradas del arte y
amantes de sus semejantes, que con gran esfuerzo, intentaron romper esos
estancos. Su faena, en aquellos tiempos, no fue premiada con el impacto deseado
desde el punto de vista social, pero tampoco debemos castigarlas hoy,
ignorándolas. Su labor primigenia sirvió de base para el gran salto.
Constituye el primer ladrillo para el surgimiento de la Unión.
Todo
comenzó con quienes querían tanto a Cuba y a Holguín, que ningún lugar del
mundo, por muchas facilidades que brindara, pudo arrancarlos de su
aldea-universo. Enero de 1959 destapó las esperanzas de aquellos empecinados
soñadores y sirvió para que sudaran con renovados bríos junto a los nuevos
entusiastas. Los promotores, creadores y el público capaz de solicitarlos y
premiarlos con su aplauso surgen a largo plazo, son mucho más que un milagro de
la noche a la mañana. Únicamente así es entendible la materialización de los
tempraneros intentos de extender las artes en este ámbito.
Si
mencionáramos a sus protagonistas, serían muchos los nombres y mayores los
olvidos. Pero estas palabras no están pensadas para erigir pedestales
personales, dediquémoselos a la brega colectiva y al mérito compartido, las
almas nobles tienen la virtud de reconocer su gloria hasta en una migaja y
agradecerla; son como los bardos de la campiña, que entregan sus décimas al
viento y solo las ven bienvivir cuando una voz ajena las entona.
Cual
segundo ladrillo para el cimiento, con la policromía de 1959 llegó otra
concepción para la creación y promoción del arte: todos tenían acceso a él,
quien mostrara aptitudes e interés,que las desarrollara y podría realizarse
como artista.Pero no era obligatorio que todo el mundo se convertiera en
artista. Quienes nada más poseían el gusto, se apropiaban de los códigos del
arte y pasaban a formar parte del público conocedor, capaz de disfrutar y
valorar con justeza cualquier manifestación. Para que el arte adquiera
plenitud, requiere socialización y en ella es imprescindible el público.
Formarlo es tarea de la educación artística, la crítica especializada y la
propia promoción. Tal es la esencia de una cultura de masas.
Tamaña
ambición requería un despunte insospechado. Las instituciones culturales se
apoderaron del paisaje holguinero. Fueron el tercer ladrillo de nuestra
zapata.Para decirlo en términos castizos, que es con los que mejor nos
entendemos, fueron más prolíferas y útiles, por supuesto, que el bazarillo. El
reto de enumerarlas puede conllevar a más errores que pompas. Sin embargo, sus
mejores frutos están hoy en este patio.
Ese fue
el resultado de la unión entre los creadores más antiguos y los nuevos
entusistas. Juntos, formaron una vanguardia artística que buscó el
reconocimiento, no solo entre los amantes del arte del territorio, sino entre
las instancias de la Unión
que desconocían la existencia de la nueva hornada. A ese ladrillo había que
trepar.
Como
parte de la antigua provincia de Oriente, Holguín nunca vio surgir la
organización en su ámbito. Tuvo que convertirse en provincia en 1976 y adquirir
el perfil de laguna organizacional para hacerse notar. Varias de la nuevas
provincias corrieron similar suerte. No obstante, la vida cultural pujaba entre
los caudales del Jigüe y el Marañón. En enero de 1986 se celebró al primera Jornada de la cultura holguinera y se
entregó por vez primera el Premio de la Ciudad.
Varios invitados a
integrar los jurados pudieron aquilatar la muestra de creación que se presentó
al concurso. Una opinión favorable a los creadores del teritorio se conformaba
en la Dirección
nacional de la Unión.
Así
llegó el 23 de diciembre de 1987 y el acto fundacional, como ladrillo cimero.
También aparecieron las nuevas tareas. Todas llevaron el sello de la
inconformidad y el ansia renovadora. Hubo no pocas declaraciones contra “El
discurso artístico de tono apologético y moralizante, carente de búsquedas y
problematización, basado en fórmulas rudimentarias de dudosa eficacia
movilizativa”[3]. Debía
primar el destierro de las viciadas prácticas empleadas en los años
precedentes. “La falta de una crítica sistemática y vigorosa, la ausencia de
una atmósfera propicia al debate y el espíritu de grupo, condujeronal extremo
de utilizar la crítica como ajuste de cuentas o como muestra deciego amiguismo
(…) dañó la integridad del criticado del mismo modo quedeterioró la imagen del
crítico y el protagonismo de su función”[4].
Después
vino el periodo especial y la necesidad de pervivir.
A las
puertas del siglo XXI apareció una noción limpia del papel de la cultura en la
identidad nacional. Era un nuevo ladrillo de la interminable senda que
emprendiera la Unión.
Desde
entonces ha tomado cuerpo una concepción que responde en lo fundamental a las
ideas del héroe nacional cuando comparaba la riqueza sentimental en la obra de
los poetas franceses, posteriores a la muy radical revolución efectuada en
aquellas tierras, con la de los españoles, donde el proceso fue más conservador
y los sentimientos más tibios. “Para sacudir
todoslos corazones con las vibraciones del propio
corazón, es preciso tenerlos
gérmenes e inspiración de la humanidad. Para
andar entre lasmultitudes, de cuyos
sufrimientos y alegrías quiere hacerse intérprete,el poeta ha de oír
todos los suspiros, presenciar todas las agonías, sentirtodos los goces, e
inspirarse en las pasiones comunes a todos. Principalmente es preciso vivir entre los que
sufren. Por grande que sea el
poeta,antes de que pueda encontrar los
sonidos vigorosos que alienan
loscorazones, anuncian los grandes
sucesos y los inmortalizan, fuerza es que el pueblo goce, bendiga, maldiga,
espere y condene. Sin
estascondiciones, el poeta es planta
tropical en clima frio. No puede florecer.”[5]
Si
sustituimos el sustantivo poeta por el de artista,nos percatamos de que, solo
bajo ese principio,la cultura se convierte en el ladrillocapaz de salvar
naciones. Esa es la senda que la
Unión debe transitar en los tiempos que corren.
Muchas
gracias.
[1]Ver David Gómez y Minervino Ochoa:Albores de la UNEAC
en Holguín,Dictus Publishing, Saarbrücken, 2016, pp. 13 y 14.
[2]VerDavid Gómez y Marlene Martínez. Holguín:Coleccionismo y museos, Editorial La Mezquita, Holguín, 2011;
Yoiner Díaz, Carolina Gutiérrez y Minervino Ochoa: Del hecho al dicho, Ediciones Holguín, Holguín, 2011; María Elena
Infante Miranda yMaricela Messeguer Mercadé: Los senderos de la luz. Aproximaciones al estudio de la
poesíaholguinera (1927-1989), Ediciones Holguín, Holguín, 2000; los
trabajos de Zenovio Hernández: Delsueño a
la esperanza, Ediciones Holguín, Holguín, 1994; y La música en Holguín, Ediciones Holguín,Holguín, 2001. También
presenta similares características el que realizó junto a Joaquín Osorio: Lanovia del aire, Ediciones Holguín,
Holguín, 2004.
[3] “Para una reflexión práctica”, en Granma, La Habana, miércoles 27 de
enero de 1988, Año 24, No.
22, p. 4.
[4]Idem.
[5]José Martí: Obras completas,
Centro de Estudios Martianos, La
Habana, 2002, t. 15, p. 29, edición multimedia.
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