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lunes, abril 27

Tras la máscara del verdugo



Terrán fue quien ultimó al Che. Es lo que se ha dicho siempre. Ahora resulta que dos Michael nos traen una versión diferente: sus apellidos respectivos son Ratner y Smith. Ellos aseguran que detrás de Terán se movía un asesino más tenebroso. Así lo plantean en su. libro ¿Quién mató al Che? Como la CIA logró salir impune del asesinato, publicado por Ciencias Sociales en el 2014.
Su argumentación tiene en cuenta este principio:
Bajo las leyes que rigen la guerra, incluyendo la guerra de guerrillas, la muerte de un prisionero es un asesinato y constituye un crimen de guerra. El que realiza el disparo no es el responsable del crimen de guerra. Aquellos más arriba que ordenaron, accedieron o no pudieron evitar el asesinato, son también culpables de un crimen de guerra. No hay justificaciones legales para este crimen.[1]

Ambos abogados son miembros del Centro para los Derechos Constitucionales de Estados Unidos, tienen una larga trayectoria profesional, que incluye la redacción de diferentes libros en materia judicial. Tras cierto número de gestiones, consiguieron consultar una abultada documentación desclasificada sobre los hechos ocurridos en Bolivia, donde también aparece el seguimiento del organismo de inteligencia al revolucionario latinoamericano desde el año 1954. Desde luego, en ocasiones, los pasajes tachados abundan más que los renglones legibles. Pero algo es algo.
Según estos estudiosos la CIA se ha refugiado tras el recurso de la “negación plausible”. Una deliberada manera de mantener poco informados a los políticos de primer nivel acerca de sus actividades, para que puedan desmentir, librándose del perjurio, cualquier acusación concerniente a sus actividades. Con dicho instrumento, cualquier funcionario o político puede afirmar que desconocía los hechos y queda cerrada la posibilidad de acusarlos por un crimen de estado.
Tras esto, acusar a la CIA es perderse en los vericuetos de sus marrullerías. Sin embargo, Ratner y Smith los aprovechan para sentar a la conocida agencia en el banquillo de los acusados. Con ellos, los hechos históricos que concluyeron con el intento de revolución continental mediante la lucha guerrillera adquieren otras luces.
Desde luego, no faltan las menciones a la Alianza para el Progreso de Kennedy, la creación de fuerzas de “despliegue rápido” y el asesoramiento a los regímenes latinoamericanos para enfrentar aquellas pretensiones revolucionarias. Solo que ahora ellos agregan el papel de la CIA.
Los autores ahondan en la participación de dos agentes de origen cubano que la agencia situó en Bolivia. Uno de ellos, Félix Rodríguez Mendigutía, sobrino del Ministro de Obras Públicas durante el último gobierno de Fulgencio Batista, alias Ramos en el país del altiplano, estaba en la escuelita de La Higuera en octubre de 1967, cuando las balas del sargento Terrán troncharon la vida del guerrillero.
¿Cómo se vio involucrado este agente en la muerte? Las páginas del libro son elocuentes al respecto. Dejó hacer a los bolivianos. Ya la CIA había hecho bastante. Costeó la operación para “eliminar” – a esta palabra los autores le confieren un significado muy específico - la guerrilla en el país andino, entrenó a dos batallones en lucha anti guerrillera, asesoró en inteligencia y creó una red de informantes en el área de operaciones del destacamento revolucionario, penetró y desarticuló al movimiento clandestino, interrogó a los prisioneros que fueron capturados y resulta dudoso que, en algún momento, expresaran su intención de mantener al Che vivo.
El gobierno boliviano ha pasado a la historia como el responsable de la muerte. La orden partió de ellos, mientras la CIA ….
El libro es rico en documentación adjunta, mapas, cronologías, etc. Toca al lector valorar la legitimidad de la propuesta de los autores. Lo cierto es que en La Higuera, todo el material documental reunido por la propia agencia reconoce que, ante la entrada del sargento Terrán, el Che, completamente erguido, expresó:
“Díganle a mi esposa que se case de nuevo y a Fidel Castro que la Revolución surgirá de nuevo en América Latina”. A su asustado e indeciso ejecutor, le dijo: “Recuerda que estás matando a un hombre”.[2]


[1] Michael Ratner y Michael Steven Smith. ¿Quién mató al Che? Como la CIA logró salir impune del asesinato. Editorial de Ciencias sociales, La Habana, 2014, p. 1.
[2] Ibid. P. 71.

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