Terrán fue quien ultimó al Che.
Es lo que se ha dicho siempre. Ahora resulta que dos Michael nos traen una
versión diferente: sus apellidos respectivos son Ratner y Smith. Ellos aseguran
que detrás de Terán se movía un asesino más tenebroso. Así lo plantean en su. libro
¿Quién mató al Che? Como la CIA logró salir impune del
asesinato, publicado por Ciencias Sociales en el 2014.
Su argumentación tiene en
cuenta este principio:
Bajo
las leyes que rigen la guerra, incluyendo la guerra de guerrillas, la muerte de
un prisionero es un asesinato y constituye un crimen de guerra. El que realiza
el disparo no es el responsable del crimen de guerra. Aquellos más arriba que
ordenaron, accedieron o no pudieron evitar el asesinato, son también culpables
de un crimen de guerra. No hay justificaciones legales para este crimen.[1]
Ambos abogados son miembros del
Centro para los Derechos Constitucionales de Estados Unidos, tienen una larga
trayectoria profesional, que incluye la redacción de diferentes libros en
materia judicial. Tras cierto número de gestiones, consiguieron consultar una
abultada documentación desclasificada sobre los hechos ocurridos en Bolivia, donde
también aparece el seguimiento del organismo de inteligencia al revolucionario
latinoamericano desde el año 1954. Desde luego, en ocasiones, los pasajes
tachados abundan más que los renglones legibles. Pero algo es algo.
Según estos estudiosos la CIA se ha refugiado tras el
recurso de la “negación plausible”. Una deliberada manera de mantener poco
informados a los políticos de primer nivel acerca de sus actividades, para que
puedan desmentir, librándose del perjurio, cualquier acusación concerniente a
sus actividades. Con dicho instrumento, cualquier funcionario o político puede
afirmar que desconocía los hechos y queda cerrada la posibilidad de acusarlos
por un crimen de estado.
Tras esto, acusar a la CIA es perderse en los
vericuetos de sus marrullerías. Sin embargo, Ratner y Smith los aprovechan para
sentar a la conocida agencia en el banquillo de los acusados. Con ellos, los
hechos históricos que concluyeron con el intento de revolución continental
mediante la lucha guerrillera adquieren otras luces.
Desde luego, no faltan las
menciones a la Alianza
para el Progreso de Kennedy, la creación de fuerzas de “despliegue rápido” y el
asesoramiento a los regímenes latinoamericanos para enfrentar aquellas
pretensiones revolucionarias. Solo que ahora ellos agregan el papel de la CIA.
Los autores ahondan en la
participación de dos agentes de origen cubano que la agencia situó en Bolivia.
Uno de ellos, Félix Rodríguez Mendigutía, sobrino del Ministro de Obras
Públicas durante el último gobierno de Fulgencio Batista, alias Ramos en el
país del altiplano, estaba en la escuelita de La Higuera en octubre de
1967, cuando las balas del sargento Terrán troncharon la vida del guerrillero.
¿Cómo se vio involucrado este
agente en la muerte? Las páginas del libro son elocuentes al respecto. Dejó
hacer a los bolivianos. Ya la CIA
había hecho bastante. Costeó la operación para “eliminar” – a esta palabra los
autores le confieren un significado muy específico - la guerrilla en el país
andino, entrenó a dos batallones en lucha anti guerrillera, asesoró en
inteligencia y creó una red de informantes en el área de operaciones del
destacamento revolucionario, penetró y desarticuló al movimiento clandestino,
interrogó a los prisioneros que fueron capturados y resulta dudoso que, en
algún momento, expresaran su intención de mantener al Che vivo.
El gobierno boliviano ha pasado
a la historia como el responsable de la muerte. La orden partió de ellos,
mientras la CIA
….
El libro es rico en
documentación adjunta, mapas, cronologías, etc. Toca al lector valorar la
legitimidad de la propuesta de los autores. Lo cierto es que en La Higuera, todo el material
documental reunido por la propia agencia reconoce que, ante la entrada del
sargento Terrán, el Che, completamente erguido, expresó:
“Díganle
a mi esposa que se case de nuevo y a Fidel Castro que la Revolución surgirá de
nuevo en América Latina”. A su asustado e indeciso ejecutor, le dijo: “Recuerda
que estás matando a un hombre”.[2]
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