Para nada es secreto: corren tiempos difíciles. Hoy es cotidiano que, en la comunicación con colegas, ellos expongan las estrecheces económicas en medio de las cuales realizan su actividad científica o cultural.
Hay quienes afirman que es algo muy antiguo. Han visto siempre a esas actividades sumidas en circunstancias nada deseables. Para confirmarlo, acuden a la antigüedad del mecenazgo. Llegan a exponer en su favor, el hábito de ciertas instituciones de esos sectores de acudir, de manera consuetudinaria, a los “favores” de dichas personalidades.
Las diversas civilizaciones, en cada uno de sus estadios, han creado diferentes maneras de sostener al arte, la creación científica y literaria y de otras labores que no producen para el consumo material directo.
El sustento financiero a la cultura y la ciencia tiene un rango amplio de expresiones a nivel planetario. Presupuestos estatales, de gobernaciones provinciales, departamentales u otras, fondos municipales, donativos de filántropos y de fundaciones, en fin, el listado de fuentes financieras puede ser extenso.
Mas, si la diversidad en cuanto a formas es amplia, hay quienes afirman que la holgura de fondos carece de ese carácter. Algo similar ocurre con las oportunidades de acceso. El proceso ha sido presa del cálculo.
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Generalmente, los patrocinadores buscan publicidad. Los puntos de partida tiene en cuenta interrogantes como: ¿a quién patrocinar?, ¿cuánto dinero invertir?, ¿cómo medir el retorno?
Las respuestas deben incluir: mejorar la imagen de marca, enaltecer la reputación, lograr publicidad ante un nicho de mercado escogido por la firma, obtener desgravaciones fiscales, o conseguir otros beneficios comerciales.
La toma de decisión sopesará el ¿cuánto nos costaría una publicidad similar durante ese tiempo en un medio convencional y cuánto a través de patrocinio? Éstas y otras dubitaciones forman parte de ese universo de intereses comerciales.
Sin embargo, existe un factor al cual se le presta particular atención en la actualidad: la imagen social corporativa. La empresa se comporta como una entidad muy comprometida con el desarrollo humano. Prefiere dirigir sus donaciones hacia los países en vías de desarrollo. De esa manera demuestra su responsabilidad social.
Mientras los mecenas manejan estos y otros elementos, en los más diversos rincones del planeta, artistas, científicos y promotores culturales continúan en la búsqueda de fuentes de sustentabilidad económica para su labor.
Unos aceptan los donativos sin reparos. Están dispuestos a realizar concesiones con tal de sobrevivir en su brega. Otros, hacen relucir su dignidad y oponen condicionantes a las del patrocinador.
En escenarios muy específicos, tales disputas están ausentes gracias a presupuestos asignados de manera automática para la creación de este tipo.
No obstante, una mirada al futuro inmediato nos hace pensar en la duración que alcanzarán estas prácticas. Sin dudas, la relación entre mecenas y creadores está a punto de alcanzar dimensiones diferentes.
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