expr:class='"loading" + data:blog.mobileClass'>

Translate

sábado, diciembre 27

Bolívar. Tres bases de su pensamiento



Bolívar había perdido su filo revolucionario. Era una venerable estatua sobre un pedestal de mármol, incapaz de transformar el mundo de hoy. Así lo había retratado la historiografía decimonónica y de la centuria siguiente.  Sus cultores rechazaban  al hombre que llamase a terminar los cambios que un día había iniciado. Preferían un adorable adalid de viejas campañas sin mayor trascendencia en el presente.

Chávez vindicó su pensamiento devolviéndole el filo histórico. Él había descubierto en Bolívar las bases inconclusas de la América Latina del siglo XXI. Cuando determinados pensadores renegaban del modernismo, Chávez redescubrió la médula ilustrada en las ideas de Bolívar. Pero no se trataba de una copia a la usanza de las muchas que han surgido por doquier. Bolívar había bebido del pensamiento ilustrado para aplicarlo a una realidad diferente, con problemas distintos y actores que en nada se parecían a los protagonistas de las sacudidas socio políticas europeas.

Mientras en Europa una clase luchaba por el poder político en naciones consideradas independientes, en este lado del Atlántico el primer problema era la independencia política. Chávez, conocedor profundo de las entrañas pensantes de Bolívar, reconoció en la independencia de España una soberanía trunca. No en balde el bicentenario de ese acontecimiento ha sido tan polémico. América Latina esperaba por su segunda independencia. Martí, discípulo aventajado de Bolívar lo había expresado así.

Neocolonialismo e imperialismo malograron durante dos siglos el fruto bolivariano. 

Bolívar tuvo en su tiempo una segunda visión. La independencia solo perduraba si los débiles se unían durante la propia lucha por conquistarla o una vez lograda. El mundo de la primera mitad del siglo XIX operaban las contradicciones entre potencias, pero, llegado el momento, ellas eran capaces de formar coaliciones

A unirse, a integrarse llamó el Libertador Bolívar. Tuvo en el panamericanismo monroista al enemigo de sus aspiraciones. La Gran Colombia fue su propuesta salvadora. Confiaba en la identidad de culturas de los pueblos que llamaba a integrarla y en la necesidad que tenían de actuar mancomunadamente. 

Bolívar vio triunfar a los intereses del norte cuando sabotearon el Congreso de Panamá. La integración durmió en la cuna de las revoluciones del porvenir. Fue despertada por Chávez cuando el neoliberalismo sustituía al panamericanismo y lanzaba a los ingenuos su propuesta de Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA). Bolívar renació en el ALBA, en UNASUR, CELAC y en todas las iniciativas que hoy toman cuerpo entre los países por los que él luchó.

Pero había un tercer elemento. Bolívar conocía que la liberación total del hombre solo es posible cuando se le libera de la enajenación cultural donde había permanecido por centurias. Depositó en la educación su esperanza de materializarla, pero no una educación tradicional. Bolívar clamaba por una educación renovadora, impartida no solo desde las aulas. Al ser humano se le libera de la pobreza material y espiritual cuando se le guía y acompaña en su propia acción emancipadora, dentro de cualquier ámbito donde la realice. 

Bolívar conocía los peligros que acunaban en las dotes culturales y advertía “el imperio de la costumbre produce el efecto de la obediencia a las potestades establecidas”[1]. En su concepción de respeto a la tradición funcionaba el principio de la crítica. Al hombre americano debía transformársele integralmente para los tiempos venideros. 

En Chávez también encontró un puerto seguro esa concepción. Desató múltiples campañas por la emancipación espiritual de los venezolanos. Alfabetización, medicina, empleo y múltiples aspectos más constituyen el objetivo de las misiones y programas que implementó.
Sin embargo, el mecanismo secreto para impulsarlo todo no lo creó él, lo tomó de Bolívar. Ha consistido en colocar al pueblo como protagonista de su propia transformación.


[1] Simón Bolívar (1947). Obras completas, Editorial Lex, La Habana, t 1, p. 174.

No hay comentarios: