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viernes, noviembre 14

Crisis desengaños y esperanzas



Crisis…  crisis… crisis… es una palabra que hoy nos asalta por doquier; desde las páginas delperiódico, la pantalla del televisor… hasta el ansiado día de cobrar el salario… y de gastarlo. Da la impresión que no existe escape.
En un post anterior hice saber que soy enemigo de la sobredimensión en el discurso sobre  las crisis del capitalismo; sencillamente,  para no crear expectativas falsas respecto a la  duración de ese sistema. El capitalismo es un sistema tozudo, así lo califiqué,  capaz de encontrar paliativos a sus coyunturas críticas y, entre receta y receta de las que sugieren sus asesores económicos y aplican sus ejecutivos, el sistema vive sus  días, meses, años, quinquenios, siglos… ¿Alguien lo duda? Mire hacia atrás en el tiempo.
Tampoco deben alegrarse los apologetas del capitalismo por mi confesión anterior.  No quiero sobredimensionar el impacto de su crisis actual, pero tampoco niego su existencia. Basta que queramos comprar algo para que el precio nos recuerde que estamos inmersos en una crisis global, que afecta tanto a capitalistas como a quienes no lo son. Gústenos o no, esa es historia del presente.
Prometo que en algún momento le dedicaré algunas líneas a qué está en crisis, quiénes se perjudican con ella y quiénes se benefician; pero hoy pienso que es preferible tocar, aunque sea de soslayo, el efecto de la crisis en Iberoamérica.

La crisis global comenzó fuera de Iberoamérica

Según lo que escucho a los especialistas, la crisis actual ni remotamente se parece a las que comúnmente acostumbramos a tratar en la historia. Hoy la superproducción brilla por su ausencia. Poco hay parecido a la gran depresión de 1929 a 1933.
Desde el 2008 todo ocurre fuera del ámbito productivo. Esta vez la crisis estalla en la esfera especulativa. Los polos de esa especulación abundan poco en la geografía  iberoamericana. Las bolsas oficiales de Madrid, Barcelona, Bilbao y Valencia, si bien forman parte del escenario donde eclosiona la crisis, distan de colocarse en su epicentro.
Habría que buscar entre sus vecinas centenarias.  Amberes, sede de la primera bolsa en 1460, Londres que la tuvo en 1570, Lyon, donde apareció  en 1595 o la de París, surgida en 1794, tienen ventajas para conocer de cerca el estallido de la burbuja.
No obstante, en el lado americano del Atlántico, quizás la Bolsa de Nueva York, surgida en 1792, o cualquiera de las existentes en las grandes ciudades estadounidenses pueden testificar mejor sobre esta crisis. En ellas fue donde el valor de los inmuebles vino abajo y junto con ellos toda una serie de acciones más.
A pesar de su aparente desconexión con Iberoamérica, por obra y gracia de la interconexión de las economías mundiales, quienes vivimos en la geografía iberoamericana sentimos los efectos del fenómeno surgido en las entidades creadas hace tanto tiempo a semejanza del hogar del banquero Van der Bursen, quien allá en Brujas, en uno de esos momentos que es mejor no recordar,  les dio un toque de modernidad.

La crisis global fue atenuada

Cuando expreso que no me hago ilusiones respecto a la afectación que pueden causar las crisis al capitalismo me baso en la experiencia que ya han puesto en práctica sus tanques pensantes para atenuarlas.
De paso adelanto, ya esta crisis fue atenuada. ¡Sí!, por más que el bolsillo nos quiera convencer de lo contrario y los ojos se les quieran salir de las órbitas a algún que otro incrédulo.
Uno de los aplicadores de paliativos fue la Reserva Federal estadounidense. Mandó a imprimir billetes verdes por más de cuatro mil millones de millones. ¿Qué a donde fueron? A la esfera especulativa, allí fue donde se originó la crisis.
El recurso es insuficiente para desterrar las secuelas del atenazante fenómeno, pero tiene la virtud de hacerlo sentir menos incisivo. Esa cantidad de dinero ha cumplido un largo ciclo pecuniario y, de mano en mano, ha dado un poco de oxígeno a la economía mundial, manteniéndola algo menos declinante. Solo que ya no es posible repetir el remedio.

La crisis global y los iberoamericanos

Esta geografía nuestra también busca tranquilizantes. Está atenta a lo que ocurre en otros ámbitos. Todo parece indicar que el crecimiento económico de China comienza a desacelerarse, al menos así lo plantean los entendidos.
Con todo y eso, en el gigante asiático están planificadas algunas reformas que merecen observarse. Allí existe la pretensión de elevar el salario. ¿Imagina usted mil millones de chinos con mayor poder adquisitivo? ¿En qué gastarían el dinero? ¿A quien le comprarían?
En esta nueva situación, viene muy bien desarrollar vínculos económicos estables con los chinos. Sobre todo ahora, cuando la CEPAL pronostica una desaceleración del crecimiento económico latinoamericano. De hecho, después del 2010 eso es lo que está ocurriendo.
Cierto es que entre 2008 y 2010 Latinoamérica experimentó un crecimiento inusitado. Como productora de alimentos, minerales y combustibles pudo aprovechar los primeros momentos de la crisis. Pero los paliativos, aunque imperfectos, surten sus efectos.
La subvención a la producción de alimentos dentro del primer mundo, las guerras que crean una demanda adulterada de múltiples productos y el empeño de sacarle gas a las piedras para sustituir al petróleo figuran entre los recursos a los cuales han echado mano los cerebros anticrisis. Como consecuencia, la demanda de productos latinoamericanos ha descendido en los últimos años.
Existe un fuerte movimiento integracionista en el hemisferio iberoamericano occidental, aun con sus insuficiencias, puede aportar mucho a las economías de este lado del mundo. Esa, al menos, es una esperanza. ¿Sobre España y Portugal? Con sumo pesar, debo confesarle a esos compatriotas que su pertenencia a la Unión Europea, con sus políticas de ajustes impopulares y la renuencia a emplear métodos inflacionarios, es algo que agota las posibilidades de mis estrechas entendederas.
No obstante, unos y otros estamos en el tio vivo de la crisis. Esperemos poder bajarnos antes de que termine el siglo XXI.

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