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viernes, marzo 15

Otra vez la guerra de las salamandras

Todavía recuerdo la impresión que dejó en mí la lectura de la novela "La guerra de las salamandras" de Karel kapec. Fue un hecho de mi recién comenzada la juventud y, en lugar de centrarme en el mensaje medular de la obra, me puse a cuestionar la existencia de otra especie, ajena a la humana, capaz de realizar actos irracionales como los que habían acometido las salamandras en la referida no abuela.

Por esos años leía y leía, pero estaba ajeno todavía, al poder de la literatura como instrumento capaz de movilizar voluntades, empleando ése recurso inapreciable - cuando se utiliza por motivos nobles y valederos - que es el sentimiento, la capacidad de emocionarse ante determinadas situaciones. Tiene tanto poder, en su función social, como el más probado argumento aportado por una investigación científica.

Es que el hombre tiene una mitad de raciocinio y otra de exaltación, vehemencia, amor, piedad, emanados de las profundidades de su sensibilidad humana. Cuando se trata de defender la legitimidad de una causa, ambas mitades se unen. Entonces son invulnerables.

"La guerra de las salamandras" contiene una profunda invitación a la reflexión sobre las relaciones entre los seres humanos y en medio ambiente. Durante siglos, estuvieron matizadas por la concepción antropocéntrica. De ella intenta sacarnos la novela de marras.

¿Qué ocurriría si no fuésemos la única especie racional sobre la paz de la tierra? ¿Qué ocurriría si otra especie estuviese dotada de similar capacidad y su supervivencia dependiese de afectar la nuestra? ¿Porque no ponerse de acuerdo en una situación así? Y ¿por qué no lo hacemos ahora, aunque seamos los únicos seres inteligentes del universo?

Hasta el momento de su salida, la novela aprovechaba las fibras del alma para proponer estas interrogantes. Los años han transcurrido, la situación es mucho más crítica. Hoy está en peligro la supervivencia humana para décadas bastante cercanas, pero no por la acción de salamandras perspicaces. Hoy quien amenaza la supervivencia humana es la propia especie dotada de neuronas pensantes.

Por suerte, en el cerebro colectivo de la humanidad hay un espacio para la comprensión y la emoción, en nombre de su especie y en el de las restantes criaturas del planeta. La preocupación alcanza también al suelo, el subsuelo, el agua, el aire, la flora.

Cuando se habla de ecología, ya no sólo se hace la historia del efecto nocivo de la actividad antropogénica sobre medio ambiente. Además del accionar, ha surgido el elemento cultural que toma forma en el pensamiento y las políticas ambientalistas. Tanto el primero como la segunda, incluyen la esfera jurídica. Cuba es uno de los países con amplio cuerpo legislativo en materia ambientalistas. Cabe preguntarse ¿todos y cada uno de los cubanos - responsables directos de su aplicación - conocemos esas leyes? ¿Cuáles son los principios sobre los que fueron elegidas?

Las respuestas a estas y otras interrogantes se encuentran en las páginas del libro "Derecho y medio ambiente", escrito por un numeroso grupo de autores que os centran, además del pensamiento jurídico, una experiencia práctica conservacionista en diferentes estancias de tal tipo y, además, una actividad docente de loable alcance. Son, para decirlo de manera más entendible, entendidos teórico-prácticos del conservacionismo ambientalistas.

Conviene destacar el aspecto práctico. Al mundo no hay que conservarlo tal y como está, ya él planeta está dañado. ¿Qué tendría de positivo una actitud quietista? Conservar no implica estatismo. Todo lo contrario, conservar lleva implícita una dinámica extraordinaria.

Cuando se dice conservar, es mantener el aire en condiciones de respirarse, el agua al alcance de todos con una pureza prístina. En fin, conlleva a asegurar un legado de vitalidad a los futuros moradores de La Tierra.

Para conservar es preciso restaurar, recuperar y, sobre todo, no renunciar al desarrollo, pero en condiciones sustentables. Contempla satisfacer las crecientes necesidades de una población también creciente. Mas, la transformación ha de realizarse en términos manejables.

Las políticas ambientalistas inician su tránsito hacia la materialización en la medida que se convierten en leyes y obligatorio cumplimiento. De las pragmáticas emergen las instituciones, organizaciones e instancias encargadas de darle cuerpo tangible. Pero los cumplidores esas leyes, jamás podrán contemplarlas como molestas imposiciones.

La ley es sabia cuando su cumplimiento se convierten costumbre, en hábito. Cuando pasa de una generación a otra como componente cultural. Sería imposible aspirar a ello sin una educación ambiente ambientalista. Los autores, para nada ignoran dicha praxis.

Un libro producto del equipo donde predomina ésa integración es muy útil. Agreguemos que los autores no han estado interesados en demostrar su indiscutible e indiscutido conocimiento, mediante tecnicismos o términos rebuscados. A habla la lengua del hombre común. Se presentan como eruditos comunes. Logran, entonces, un alcance social de mayores dimensiones.

Además de revelar los códigos jurídicos, introducen al lector en los abundantes vericuetos del ecología, no como implacables inquisidores, sino como vías y como co-participantes en una actividad que, por fuerza, debe convertirse en cotidiana. Utilizan razones, pero también tienen una manera muy sencilla de tocar a las puertas de sentimiento. Con ellos están echadas las bases para una fructífera relación entre el hombre y las inexistentes, pero siempre presentes, salamandras ambientalistas.

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