Chávez parte en medio de un dolor profundo. Se va el comunicador popular por excelencia, el carismático presidente de diplomacia desplazada por la espontaneidad de la humilde cuna. Chávez cantante y jugador de béisbol, más empedernido seguidor de ese deporte que atleta con resultados sobresalientes. Así somos quienes amamos el diamante de las bolas y los strikes, saltamos a él aunque solo sirvamos para hacer errores. Este último caso es el mío.
Pero Chávez entusiasmaba a multitudes, aun seguido por veteranos cuyas mejores jugadas habían quedado en la imprecisa frontera entre el recuerdo y el anonimato publicístico. Poco impresionaban ya sus records, mas sus actitudes importaban de lo lindo. Eran, más que una irreverencia al sedentarismo, un mensaje de apoyo al proceso que el zurdo jugador había desatado. Tendió a la izquierda hasta para utilizar sus manos.
Chávez destruyó el inocuo pedestal de Bolívar y le devolvió la espada. El Libertador volvió a tener un ejército para terminar lo que había quedado aplazado desde el siglo XIX. Bolívar recuperó su filo en la imagen historiográfica que Chávez rehizo. Hasta perdió sus rasgos europoides en la nueva versión que los antropólogos físicos obtuvieron tras múltiples estudios.
Chávez fue muchas cosas. Movió un continente en época renovadora. Apostó por los humildes porque los conocía bien, ¿quién fue él si no uno de ellos? Y apostó fuerte, pensando en la suerte de los humildes Chávez derrumbó y actualizó poderes, concibió y generó programas sociales de extraordinario alcance. Chávez probó la interacción entre más de una forma de economía y para lograr llamarle a todo eso “socialismo del Siglo XXI” puso de protagonista a las masas.
Chávez fue azote para la reacción internacional, por eso lo odian tanto. Montó a Latinoamérica sobre los carriles de una integración de nuevo tipo. Chávez ha sido tantas cosas que no puedo ni pretender recordarlas a la mitad. Cuando veía en la televisión las expresiones de los venezolanos de a pie, - una anciana quien, entre lágrimas, acariciaba con su mano de arrugas laboriosas las mejillas de Chávez en un afiche y lo llamaba “mi comandante”, con la ternura que solo las madres suelen utilizar con sus hijos -, entonces comprendí que Chávez había abierto una nueva era para los latinoamericanos y que se había convertido en células de su corazón.
Ahora Chávez es más, porque es pueblo actuando, transformando, superando el dolor y bebiéndose el llanto; agarrado a Bolívar con una mano y con la otra a Chávez. Ahora Chávez es fuerza, es llamado a la unidad y superación de las diferencias internas y cuando los hechos devengan en logros populares se estará diciendo: Chávez.
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