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viernes, agosto 16

Dios en el cielo y Martí en la tierra



Conversar con Carolina Gutiérrez Marroquín es olvidarse de que en este planeta exista cualquier otra cosa que no sea alegría. Tanto es su optimismo, dulzura y el matiz tierno de su trato que a veces nos olvidamos de sus valores profesionales. Profesora universitaria por décadas, doctora en ciencias de la educación, autora de múltiples libros, miembro de la Sociedad Cultural JoséMartí, eso y mucho más, desaparece cuando nos dirige la palabra.  Uno queda cautivado y deseoso de volver a escucharla.
Conversadora sobre los más diversos temas, te deja ver su cultura a migajas, sin apostrofarte con ella; con exquisita facilidad hilvana palabras, sentimientos, temas, emociones, valores… Es que ella pone su fibra humana por encima de todo. Las gentiles ideas que un día puso a mi disposición merecen ser compartidas con ustedes.
MOC: Eres hija de un gran periodista y compositor. Estudias la lengua y la literatura con lo cual te aproximas a su primera profesión. ¿Qué te ha impedido dedicarte también a la composición musical?
CGM: Creo que cada cual debe saber para qué sirve. En los primeros años de la Revolución papi también fue profesor de Higiene y Epidemiología en el sector de la salud: era un excelente comunicador. Sus tres hijos resultaron maestros de especialidades distintas. Hemos tratado de hacer nuestro trabajo con el mayor decoro posible, como nos enseñó, pero él era capaz de ejercer el periodismo con extrema seriedad y, a la vez,  amenizar una reunión de amigos cantando “Cuidaito, compay gallo”, acompañado por su guitarra. Tenía esa gracia y esa dualidad. Aunque desde la cuna le oíamos cantar toda la trova tradicional y sus propias composiciones, solo logró hijos de oído fino, amantes de la buena música. De niños trató de enseñarnos a tocar guitarra, pero solo mi hermana lo cogió en serio. Yo formé parte en mi juventud del coro profesional Orfeón Holguín, y todavía, cuando nos reunimos con familiares y amigos cercanos, “descargamos” juntas desde la trova tradicional hasta la década prodigiosa; pero de ahí no pasamos. No fuimos dotadas con el genio de la composición. Nunca se nos ocurrió “inventar” una canción y buscar reconocimiento por ser “hijas de papá”. Sin embargo, le agradecemos muchísimo que nos enseñara desde temprano que la música es refugio y consuelo.
MOC: He escuchado disertaciones tuyas sobre los más diversos aspectos referidos a José Martí. ¿Cuál de sus tantas facetas te apasiona más?
CGM: Para mí, todas sus facetas son apasionantes. Entre el político, el orador, el maestro, el poeta, el narrador, el traductor, el crítico de arte o el periodista, me quedaría simplemente con el hombre. Su dimensión humana le permitió llegar a todo lo demás. Conocer su visión antropológica, su sentido del sacrificio, su visión de la vida y de la muerte, es entender por qué Gabriela Mistral dijo que era el hombre más puro de nuestra raza. Leerlo es gozo del intelecto y del alma. Una vez que se penetra en  la esencia de su pensamiento ya uno no puede seguir siendo el mismo. Martí compromete, obliga, conduce. Para mí: Dios en el cielo y Martí en la tierra.
MOC: Tomando en cuanta tus indagaciones sobre el papel de los árabes en este lado del       Atlántico. ¿Cuál crees que sea su mayor aporte a nuestra cultura?
CGM: Sin restar mérito alguno a otros aportes de consideración, yo diría que el más importante fue su influencia en la conformación de nuestra lengua. Dominaron la Península Ibérica durante 8 siglos y dejaron más de 4000 voces de origen árabe en el español. Pero su condición de conquistadores no influyó solo en el orden lingüístico. Los árabes demostraron que no sólo eran superiores desde el punto de vista militar, sino también en cultura y refinamiento. Construyeron iglesias y palacios de extraordinaria belleza con un nuevo estilo arquitectónico desconocido para la época: el mudéjar; generalizaron el empleo de especias y verduras en la elaboración de los alimentos; introdujeron platos que forman parte de nuestra comida actual, como los dulces en almíbar, el uso de la vajilla de cristal, el orden de las comidas: primero caldos, luego carnes y por último, el postre. Nos legaron también la costumbre de llenar de flores y plantas los patios de las viviendas. Así que su influencia impactó en muchos aspectos, no solo de la vida social española, sino europea, porque también hicieron aportes científicos, tecnológicos, filosóficos y literarios. Sin embargo, a mi juicio, el legado más notable de los árabes a nuestra cultura está en la lengua. Cuando termina la Guerra de Reconquista Española, en 1492, y expulsan a los árabes de su territorio, los españoles se aventuran a explorar nuevas rutas para llegar a la India. Como sabemos, terminan llegando a nuestra América y, por supuesto, nos impusieron su lengua, pero ya ésta venía fecundada, enriquecida con el componente árabe. Esa es la lengua que nosotros hablamos hoy. Todavía le debemos palabras tan usadas como aldea, almohada, alcoba, albañil, azotea y azadón, por citar solo algunas.
MOC: ¿Qué ventajas profesionales te ha dado tu repentina y sorpresiva incursión en la bioética?
CGM: Cuando se inició la Maestría en Bioética, aquí en Holguín, me invitaron a formar parte del Comité Académico. Me dieron el programa y me preguntaron qué módulo podía impartir. Todos los temas eran fascinantes, pero yo no podía impartir ninguno. No sabía nada del asunto. Propuse matricular la maestría y colaborar como asesora metodológica. Entonces, penetré en un mundo ajeno a las letras con profesores y materiales de excelencia. Me enteré que el avance desmedido de la ciencia y la técnica permite hacer hoy casi cualquier cosa, el dilema está en si es ético o no hacer todo lo que se puede. La Bioética es una disciplina joven que surge en 1970 como muro de contención a las investigaciones científicas que ponen en riesgo la vida humana. Persigue el equilibrio armónico entre el hombre, la naturaleza y la sociedad. El criterio ético fundamental que regula esta disciplina es el respeto al ser humano, a sus derechos inalienables, a su bien verdadero e integral: la dignidad de la persona. Para mí fue la confirmación del pensamiento martiano. Él, que vivió en el siglo XIX y no llegó a saber del transplante de órganos, de la clonación ni de la reproducción asistida, se me reveló como un precursor del pensamiento bioético. Martí quería que la primera ley de la república fuera el culto a la dignidad plena del hombre, y esta visión no debe reducirse al hombre como parte de un conglomerado social, sino también al hombre en su individualidad, con un componente fisiológico que también hay que respetar. Como nos decía Martí, busqué analogías, integré visiones y conceptos, e interioricé un pensamiento (no tan nuevo como creía) que me ha ayudado a crecer en el orden moral y espiritual.
MOC: Sin temor a equivocarme, te incluyo entre las personas que mejor conocen la vida y la obra de la desaparecida poetisa holguinera Lalita Curbelo. ¿Cuáles aspectos de su creación crees que tengan mayor valor universal?
CGM: Lalita es una figura local, incluso poco conocida en La Habana. Logró publicar en el extranjero, pero esto no la hace una poetisa con valores universales. Yo he podido leer toda, o quizás casi toda su obra poética, publicada y no publicada, increíblemente numerosa. Encontré algunos poemas excelentes, otros notables, unos cuantos buenos y muchos malos porque ella nunca desechaba nada, lo conservaba todo y había comenzado a escribir a los 8 años. Ella misma decía que su mejor poema había sido la fundación de La Casona del Amor Diario, el hogar infantil que creó al triunfo de la Revolución para dar instrucción, alimento y abrigo a los niños huérfanos y desvalidos de Holguín. Lalita pensaba que con esa obra había hecho una poesía en actos y  no en versos. Para ella, cada niño rescatado de la calle era un poema vivo. Me gustó esa imagen y aparece incluida entre los testimonios que nos dio para el libro sobre La Casona. No pretendo restarle mérito alguno, pero no alcanza la estatura de Dulce María Loynaz, Fina García Marruz o Carilda Oliver Labra. Su mérito reside más bien en haberse mantenido fiel al verso y a Holguín durante toda su vida. Empezó desde niña a jugar con la música de las palabras. De adolescente mezcló en el verso los amores soñados y los vividos. En la madurez, su poesía se llenó de nostalgias, de recuerdos, de seres que se habían ido, de soledad, de aislamiento. Sin embargo, detrás, se advertía siempre la mujer fuerte que no temía a las sombras y que esperaba serena la muerte. Su último poemario, “El Gigante”, sale a la luz solo unos meses antes de morir. Fueron casi sesenta años cultivando la poesía porque, aun enferma, nunca dejó de escribir. No quiso irse de Holguín, aunque tuvo tentadoras ofertas al triunfo de la Revolución. Siempre decía que “el árbol viejo y robusto no se transplanta porque se muere”. Aquí estaba todo lo que ella quería. Fue leal a su pueblo y al verso desde una época en que nadie se ocupaba de la literatura, hasta los tiempos en que su propia ciudad comenzó a llamarla la Decana de la Poesía Holguinera. Por su fe en la poesía y el amor a su tierra,  merece respeto.
MOC: Tienes varios libros publicados, de los que están por venir ¿cuál sería el que nunca te perdonarías dejarlo inconcluso?

CGM: Por disciplina, yo nunca dejo nada inconcluso. Cuando tengo una idea en la cabeza no descanso hasta materializarla. Soy obsesiva compulsiva en el trabajo. Tengo tres libros inéditos y dos proyectos para los cuales estoy acopiando información. Solo pido tiempo y salud para concluirlos. Tú sabes que la investigación no es cosa de horas, ni de meses, sino de años. Los maestrantes y doctorantes me roban mucho tiempo, porque yo investigo junto a ellos, como un miembro más del equipo. Pero en esa labor tutoral no están mis intereses investigativos. Uno necesita tiempo para estudiar lo que realmente le interesa. Por otra parte, a mi edad, la salud se resiente y la productividad forzosamente disminuye, pero yo tengo la voluntad y el interés. De todas formas, prefiero morir dejando algún proyecto inconcluso a quedarme algún día con las manos vacías, sin proyecto de vida, sin nada. Ojalá muera con una idea peregrina rondando en mi cabeza.
MOC: Naciste en la muy cosmopolita urbe de Nueva York y has pasado la mayor parte de tu vida en el muy bucólico Holguín. ¿Qué lazos te atan a este terruño?
CGM: Cuando llegamos a Cuba, con cinco años, vivimos temporalmente en La Habana con la familia de mi mamá, que era muy corta. Finalmente, mis padres decidieron trasladarse a Holguín donde papi tenía su familia, que era más numerosa. Conocimos a los tíos y primos, comenzamos en la escuela, hicimos muchas amistades que duran hasta hoy y comenzamos a echar raíces. Cada sitio de Holguín me trae un recuerdo: paso con nostalgia frente a la Escuela Primaria Calixto García, las secundarias básicas donde estuve, el Pre universitario Enrique José Varona, la escuela de arte “El Alba”, la biblioteca provincial, los parques, la loma…después, el Instituto Superior Pedagógico, donde me formé; los centros donde trabajé… En el Hospital Lenin nacieron mi hija y mi nieto, allí velé por mis padres enfermos; en el Hospital Pediátrico viví los momentos más amargos de mi vida y en los centros nocturnos, teatros, cines y restaurantes de la ciudad, los más felices… aquí he amado y me han amado, como mujer y como persona. Todo lo que he vivido, que ha dejado huella en mí, tiene como marco este pueblo. Por si fuera poco, en el Cementerio de Luz y Caballero reposan mis padres. Junto a ellos quiero estar cuando me vaya. No creo que pueda haber lazos más fuertes.

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