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miércoles, enero 23

Un dinosaurio de la Guerra Fría

Dicen que la Guerra Fría quedó atrás. ¿Será que se ha puesto caliente? ¿Quién lo duda? 
Afganistán, Irak dos veces, Libia… La lista es larga después que la guerra salió del congelador, en todos esos lugares quedó atrás el título de Hemingway: Adios a las armas.
Mas, a pesar del “cambio climático” y el “calentamiento global” existe un lugar donde perdura el “gélido” proceder de antes de caer el Muro de Berlín. 
¡Adivínelo!
Voy a ayudarle. No es un continente donde pervive la Guerra Fría. 
Tampoco un océano o cualquier otra porción líquida del planeta. Aunque el aire se enrarece por su existencia tampoco está en él.
Para nada piense que es un engaño mío. Ahora están de moda los recodos virtuales, pero tampoco es uno de ellos. 
El lugar donde persiste la Guerra Fría es real, está en la geografía mundial, aunque haya quienes afirmen que ya no existe Guerra Fría.
Lo rodea el mar, allí se respira el aire de la confrontación congelada – aunque no por ello estática – y, cerca de él, se extienden los continentes. 
Es una isla.
Cuando reinaba en todo el globo terráqueo la Guerra Fría, se vio envuelta en una profunda crisis que puso en peligro la paz de todos los terrícolas. 
Con ella estuvieron relacionadas figuras como Kennedy, Krushev y, por supuesto, Fidel Castro. Ya lo tiene. El país sumido en la Guerra Fría es Cuba.
Un día declararon en la OEA que el comunismo era incompatible con el hemisferio occidental y comenzó el bloqueo económico. 
Se ha hablado de respetar las decisiones de los pueblos respecto a elegir sus destinos, sin embargo, es poco convincente que ese dinosaurio de la Guerra Fría se mantenga e incremente.
Para ser breve respecto a este fósil de la Guerra Fría obviaré los aspectos políticos y me concentraré en las víctimas. ¿Las conoce? Son los cubanos de a pie, los que no albergan odio contra ningún pueblo del mundo. Son quienes están envueltos en las limitaciones.
Tranquilidad, para nada entraré en descripciones al respecto. Es ajeno mi ánimo a causar aprehensión o conmiseración hablando de vicisitudes. Solo le afirmo que las limitaciones existen. Con mayor o menor intensidad, se hacen sentir en cada actividad de la vida cotidiana. De paso, el bloqueo ya traspasó el medio siglo de existencia.
¡Si será larga y diversa la vida cotidiana!
Una vez escuché que el régimen sudafricano del apartheid fue bloqueado y hubo quienes no acataron el bloqueo “porque afectaría en realidad a los más pobres”. Pareciera que el acto anticubano donde se prolonga la Guerra Fría, el bloqueo, no afectara a los más vulnerables de la Isla.
Se exigen cambios para suspenderlo.
¿Quién tiene su casa tan limpia para creerse en condiciones de emitir recetas?
Para quien piense así, le pido, revise detrás de las puertas, en los escaparates, el cuarto de desahogo o cualquier otro lugar donde, generalmente, van a parar las  “basuritas domésticas”.
Si es acucioso en su búsqueda y su visión no requiere de lentes, dudo  que se crea habitando en el paraíso terrenal.
A los preocupados por los cambios les aseguro, hay cubanos tan dignos como el que más, pensando y trabajando por su patria. Gracias por las recomendaciones. Quizás encuentren aplicación en el hogar del que las propone. Los cambios en la Isla nacerán cubanitos de pura cepa.
¿Realmente desea ayudar? ¿Qué le parece si el bloqueo se hundiera? ¿Puede colaborar? Por adelantado puede contar con el agradecimiento.
Es que cuando miramos en derredor nos sorprendemos. Ese trofeo de la Guerra Fría que muchos dan por eliminada fue un invento de…!¿ seres racionales?!.
¡Qué perspicaces son quienes inventaron el bloqueo!
¡Cuánto talento demuestran los que hoy se empeñan en arreciarlo!
Genios de la Guerra Fría, hay once millones de seres humanos atenazados por este dinosaurio extemporáneo.
¿Cuándo caerá el meteorito que lo haga perecer?

miércoles, octubre 3

Hobsbawn hasta siempre

La noticia me sorprendió. Leía el boletín de Carlos Barrios y saltó desde la pantalla. No era de mis seres queridos más cercanos, pero lo apreciaba como un maestro entrañable.

Por décadas supe poco, o nada, de él. Las noticias que llegaban lo presentaban como un revisionista del marxismo. No recuerdo haber escuchado nunca su nombre en la universidad donde cursé la carrera de Historia.

Conocí las obras de Erick Hobsbawn de manera subrepticia. Algún colega conseguía sus libros y nos lo pasábamos como si tocáramos una gema inapreciable. Luego venían los debates enriquecedores.

Con la caída del muro de Berlín, Hobsbawn tuvo otra connotación. Era el inestimable creador  que revolucionaba el marxismo contextualizándolo en una época nueva. Sus libros comenzaron a aparecer en los anaqueles de las librerías y se recomendaban para las clases universitarias. Sin dudas, el pensamiento había evolucionado para recepcionarlo.

En el medio donde me desenvuelvo, ya no se hablaba de él como el “disidente” del Partido Comunista. Era Hobsbawn todo un científico consecuente que había sufrido la censura estalinista en su lucha antidogmática.

Por suerte, en la hora de la despedida podemos reconocerle todo su talento y su militancia. Hobsbawn, hay un pueblo y una comunidad de historiadores que derraman sus lágrimas por el orgullo y la franqueza con que defendiste tus ideas.