expr:class='"loading" + data:blog.mobileClass'>

Translate

lunes, julio 2

Bicentenario de Nepomuceno

Sin notas de clarín llamando al silencio; ausentes el monumento, la tarja, o el mínimo granito de arena donde depositar el pétalo respetuoso; apenas sin la presencia de los avances tecnológicos para amplificar el sonido, a viva voz, tal cual Juan Nepomuceno dio su grito por la libertad de sus semejantes, en el Holguín de 1812, donde la historia le reservó la condición de primer mártir del territorio, así de sencillo fue el momento de recordarlo.

Fue el 3 de abril a las 3 de la tarde, en el parque Calixto García, fecha y lugar donde doscientos años atrás segó su vida la soga colonial y, como escarmiento, fueron apaleados sus compañeros de lucha para, luego, enviarlos a cumplir cadena perpetua en el presidio hispano de San Agustín de la Florida.

Siempre hubo quienes priorizaron la cita. Medio centenar de holguineros estuvo allí. Profesores y estudiantes universitarios, trabajadores de distintas instituciones de Patrimonio Cultural, escritores, investigadores, artistas y los transeúntes, habituales o quienes al azar concurrían al lugar y se incorporaron al grupo, hasta dos visitantes venidos de allende el mar, con rostro sorprendido o quizás curioso, se unieron  al espacio “Por las sendas de la memoria”, auspiciado por la Asociación de Escritores de la UNEAC, para escuchar la disertación del master José Novoa y las reflexiones de los asistentes.

Fue innecesario el ssshhh a los irreverentes ante la solemnidad. Bastó la concentración  y la indiferencia para que el lenguaje calmo, profundo, para nada excedido en decibelios, marcara el tiempo que los representantes de la generación de holguineros, vivientes en su único bicentenario, empleó en su tributo.

Presente estuvo el  orgullo por lo logrado en dos siglos desbrozando el camino que el negro Juan dejó señalado en el Holguín colonial. También aparecieron la  pena y los deseos de pronta inmersión en lo que falta por ganar. No obstante, jamás se podrá afirmar que los holguineros son olvidadizos con sus mártires y mucho menos con el primero que ha aparecido en los documentos que nos lega la historia.

Muestra de nuestra diversidad en el origen, el africano dejó su huella con un salto inaudito. Cuanta diferencia con quienes dividían el suelo para convertirlo en porciones, donde explotar a sus semejantes, en provecho personal. ¡Descomunal aporte cultural! Justipreciar la libertad de los seres humanos y ser capaz de entregarle su vida.

jueves, abril 12

El difícil momento de la partida

El viaje a la inmortalidad comienza cuando se imprime la primera huella capaz de perdurar por la inconmensurabilidad de los tiempos. Rigoberto Segreo dejó un trazo profesional profundo cuando abrazó la profesión de historiador. El hecho ocurrió muchos años antes de que sus riñones se negaran a estar a la altura de su talento.

Educador desde temprana edad, hoy sumamos miles quienes portamos en nuestro conocimiento las ideas que un día nos transmitió en el aula, o nos mostró con su comportamiento en la vida diaria. Su enseñanza abarcó la instrucción y ese profundo universo que se abre con la ética.

Segreo se reconoció siempre como un intelectual comprometido. Amaba mucho a su patria para no pensar y actuar por ella. Siempre reconoció ser un intelectual orgánico del patriotismo y las esperanzas de progreso para su entrañable archipiélago caribeño.

Abundan las ocasiones donde, públicamente, criticó a los intelectuales liberales, aquellos que solo piensan en si mismos sin consideración de intereses sociales de ningún tipo. En dirección contraria, también fustigó las actitudes serviles, conformistas, que todo lo aceptaban y lo recubren de un manto “sagrado” para eludir las críticas rectificadoras. No pocas escaramuzas protagonizó en defensa de tan nobles ideas.

Estudioso habitual de la historia de Cuba, entregó múltiples horas a la investigación de la relación entre la iglesia católica y la formación, conservación y enriquecimiento de la nación cubana. Su inmersión en el tema fue multilateral y, consecuentemente, analizó los momentos de sincronía  y diacronía.

Terreno fructífero en su actividad fue el pensamiento cubano, en especial, el de las concepciones nacionalistas burguesas; él encontró un vacío investigativo provocado por la concentración de las indagaciones en las corrientes de pensamiento emancipatorias de raiz más popular, a despecho de los aportes del liberalismo cubano.

No fue pionero en el intento, encontró a varios iniciados, verificó sus posiciones académicas y vertió, modesto, su sabia opinión. Intentó rescatar figuras tratadas de manera unilateral, desvelar el amplio rango de problemas que preocupó a los pensadores de la república blanquinegra, aparecida en múltiples libros. También vivió convencido de las limitaciones de aquellos hombres para materializar los proyectos que proponían.

Cuando sintió cercano el momento de la despedida, entregó su cuerpo a los galenos y su mente a la creación. Vivió entonces con una intensidad inigualable. Sus frutos brotaron como simiente vigorosa en suelo fértil. En los años inmediatos las editoriales nos entregarán las joyas de sus ideas.



A   Q   U   I


Sin embargo, queda una por conveniar su impresión; la reservaba, aunque ya había expresado su conformidad con lo escrito. A pesar de todo, la obra sistematizadora mayor marchó con él. Solo quedan, para nosotros, los comentarios que realizó en las polémicas y conversaciones con los colegas, las ideas que vertió en sus conferencias y las sugerencias que realizó a sus tutorados.

Ellas demuestran lo avanzado de su concreción, mas, la construía a ladrillitos y aunque en su mente estaban los planos  del edificio completo, un inoportuno  y doloroso destello nos ha privado de ella.

Junto a la perspicacia y dimensión de sus obras, Segreo dejó un rastro de entereza, de amor filial reciprocado, de amistad sincera y reiterada, de principios intachables. El recuento es muy largo y el espacio, tan efímero, como el instante cuando nos dijo ¡hasta siempre!