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lunes, febrero 28

Netnografía: ¿una ciencia sin teoría?

La netnografía muestra pujanza. Se abre paso derribando cuanto le estorbe en derrededor. Presenta tan altas ínfulas, que sus cultores la han declarado ciencia cuando todavía gatea dentro del complejo tema al cual se dedica. La investigación netnográfica existe, sin lugar a dudas. Mas, su personalidad como ciencia independiente, dista aun de haberse conformado. Algunas de sus bases muestran solidez, otras son movedizas.

Según sus más fieles seguidores, ella surgió, como un área específica, dentro de la etnografía. En la praxis posterior, ellos afirman que ha ganado su independencia. La existencia de un objeto de estudio resulta inobjetable. Las redes sociales, en Internet, constituyen el centro de sus indagaciones. Encontrar un objeto de estudio mejor definido resulta difícil.


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Le caracterizan métodos muy peculiares. El empleo de la tecnología, en su utilización, contribuye a distinguirla. También es diáfana la metódica de aplicación y el reconocimiento de la intencionalidad en el diseño muestral. Algo similar ocurre al escoger las variables a medir. Hasta ahí su médula conglomerante se vislumbra con una naturaleza similar al plasma.

Otra cosa ocurre cuando “su” epistemología comienza a retirársele sus capas epidérmicas. En un post anterior emití algunos criterios sobre la objetividad de los resultados que se obtienen en la netnografía. En esencia, en Internet toda expresión dista de constituir un fruto de la espontaneidad. Hay quienes opinan con sinceridad y otros pagan a “expertos” para que emitan criterios en las redes sociales, con objetivos muy bien definidos. Entonces surge la disyuntiva ¿se estudia a la “opinión pública” o la “opinión de los expertos”?

Llegado a este punto, queda en entredicho el “sujeto netnografiado”. A diferencia de otras ciencias, está ausente, en la teoría hasta hoy desarrollada, el tratamiento a la distinción entre el “experto” y el navegante espontáneo.

Quizás una de las disciplinas científicas que más haya avanzado en situaciones parecidas sea la historia. En ella, la relación entre el sujeto investigador y el objeto investigado está mediada por las fuentes históricas. Tal matiz propicia una carga de subjetividad en el resultado. Pero ciencias históricas, cuando se practican por sujetos honestos, han elaborado toda una teoría en busca de un acercamiento, lo más estrecho posible, al hecho histórico. Ella puede resumirse en la llamada “crítica de las fuentes”.

Sin embargo, la netnografía carece de dicha teoría. Sus practicantes han realizado escasos planteamientos al respecto y, sobre todo, el cuerpo argumental de la teoría, parece demorar aun su entrada en el vientre materno.

Un segundo aspecto está por dilucidarse. Las palabras o frases claves, o categorías, como prefiera llamársele, que se le suministran a los softwares encargados del monitoreo de las redes sociales, todavía adolece de la dificultad respecto a la intención de quien se expresa. Una misma idea puede emitirse de maneras discursivas diferentes. La inclusión del azar en la aplicación, todavía es incapaz de alcanzar un cuerpo de variables tangible en cuanto a precisión.

El problema desborda el campo de la netnografía. La informática, en general, continúa insatisfecha respecto a los hitos que alcanza midiendo la subjetividad humana. Ella ha avanzado, pero tiene un camino largo por recorrer. Mientras tanto, la netnografía ha de contenerse en sus planteos sobre su independencia como ciencia. Para adquirir tal categoría, primero debe conformar una teoría de su conocimiento.

viernes, febrero 25

Netnografía: una indagación excluyente.

La certidumbre es un mito. ¡No!, no se alarme. Para nada se me ha ocurrido sostener principios posmodernistas. La afirmación está realizada con entera responsabilidad.

Mitad imaginación y otro tanto de realidad. Así definen algunos especialistas el concepto de mito. Sin pretensiones de legitimarlo, incursionaré, con esta definición, esa nueva actividad que tiene por centro a la red de redes: la netnografía.

El estudio de las redes sociales se ha puesto de moda. Parece validarse el principio de que el hombre encuentra en Internet un espacio virtual de comunicación que complementa, y hasta sustituye, a los vínculos que establece en la vida real.

Muchas personas acuden a él deseosas de desahogo. Las personas tienen muchas palabras que confiar. La catarsis se torna más fácil, si a sus interlocutores solo se les muestra una foto, en lugar de su verdadero rostro. Hay de todo en la viña del Señor. Ante la “sinceridad” con que se expresan en la red los navegantes, es viable el estudio de sus opiniones.

Los primeros en tomar conciencia de esa realidad fueron quienes tenían algo que vender. ¡Que bueno es realizar ofertas cuando se conocen a priori las necesidades del cliente! En las redes sociales aparecían las ilusiones, esperanzas, frustraciones, contradicciones y… ¿quién sabe cuántas cosas de mucha gente?

Conocer de los asuntos ajenos es estimulante para muchos, y si la información aparece de manera gratuita, narrada por sus protagonistas, ¡mucho mejor! A partir de entonces surgieron empresas especializadas en este tipo de estudios.


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Si me acompañan, les propongo entrar, de manera breve, en el método empleado en esas pesquisas. Primero, son seleccionados los temas a indagar y localizadas las comunidades virtuales que los tratan. A continuación se escogen, para el monitoreo, aquellas con mayor número de miembros y más actividad interactiva.

Aquí toma cuerpo la exclusión.

Cierto es que toda ciencia utiliza muestras. Pero deben ser representativas de la población investigada. Entonces, ¿a quienes representa una muestra tomada de la manera arriba descrita?

Lograr una presencia destacada en Internet resulta complejo. Si toda la actividad la realiza uno mismo, deben dominarse múltiples aspectos. El rank en buscadores, las metaetiquetas, el intercambio de enlaces, la selección correcta de las palabras y frases claves, la producción de materiales con una correcta densidad de palabras claves, son algunos de los temas donde las habilidades necesitan estar presentes.

Hay una forma muy pragmática de librarse de todo eso: contratar a expertos. Sobreviene un rápido deslinde. A quien carece de dinero suficiente para pagar los honorarios de los especialistas le será difícil estructurar una visualización eficiente. En consecuencia, su opinión no cuenta para los investigadores.

Además, contratados los peritos en escribir y diseñar para la web ¿las opiniones de quiénes se estudian?, ¿de los contratantes o de los contratados?, ¿las de esos señores que ya tienen modelado cómo tratar a la nombrada “opinión pública”?, ¿será “pública” o “experta” la opinión?

Por otro lado, ¿qué valor se le atribuye a las opiniones de quienes tienen una modesta presencia en el tan mencionado fenómeno virtual? Estas interrogantes nos dejan vislumbrar que, en los resultados que arroja la netnografía, la certidumbre es un mito.